martes, 11 de octubre de 2016

Un viaje al Salar de Uyuni



Uyuni

Expreso del Sur

Nuestra excursión a Uyuni se inicia con un viaje en flota hacia Oruro y luego en el tren Expreso del Sur, que nos lleva bordeando el lago Poopó, donde vemos, algo lejos, nuestros primeros flamencos. Cenamos en el coche comedor mientras admiramos la puesta del sol.


Hemos alquilado una vagoneta con chofer (que también sirve de guía) por medio de una agencia de viajes. Sale caro, pero tendremos confort y libertad para nuestro tour privado.

 

Cementerio de trenes
Luego de pasar la noche en Uyuni, salimos pues temprano en dirección al Salar. Pero antes se requiere una visita al cementerio de trenes, donde las viejas locomotoras nos recuerdan la época de gloria de la minería, al principio del siglo veinte. Las máquinas sirven también para las acrobacias y los grafitis de los jóvenes turistas.


Comunidad Colchani
Antes de entrar al Salar hay una parada obligatoria en la comunidad de Colchani, que se dedica a vender la mercancía tan ligada en todas partes al turismo. Me parece muy bien que los habitantes aprovechen en algo de las visitas y nos compramos algunas cositas como chompas, gorritas y cajitas de sal.


Salar de Uyuni
La formación de la Cordillera Andina,  hace unos 25 millones de años, logró elevar los suelos de Sudamérica a una altura de 3750 metros, quedando encerrado entre las montañas un brazo de mar que formaría el enorme lago Minchín. Este antiguo lago cubría casi todo el Altiplano Sur y duró unos 15.000 años antes de secarse. Más tarde, sería reemplazado por el lago Tauca, menos extendido.  La evaporación de estas aguas dejaría una costra de sal que cubre 10.582 km2 en el Salar de Uyuni, con un espesor que puede alcanzar de 6 a 10 metros. El  lago mismo tiene profundidades de hasta 250 m. 


Pero si creemos la leyenda, el Salar es el resultado de las lágrimas y la leche vertidos por el Volcán Tunupa, que de golpe perdió su bebé y su amante, el Cerro Cuzco. 
La producción artesanal de sal ya no se puede observar en los circuitos turísticos, los productores prefieren no ser molestados por los curiosos. Al final tuve que comprar la bolsita de sal gruesa rosada que quería en un supermercado de La Paz.


Isla Inkahuasi
La historia de esta isla en medio del Salar es interesante. Funcionó como lugar de pernocte para los camiones, que requerían dos días para cubrir la ruta desde los puertos de Chile. Durante mucho tiempo la isla tenía un solo habitante. Actualmente es un lugar turístico, con todo lo bueno y lo malo que esto implica.




El lugar es muy bello, pero hasta para obtener un poco de sombra hay que pagar. El camino que lleva al mirador en lo alto de la isla es bastante escabroso y hemos preferido dar la vuelta caminando por la sal alrededor de la isla para admirar sus grandiosos cactus.

Coquesa
En la orilla norte del Salar se encuentra la comunidad de Coquesa. Se ve una gran acumulación de corales fósiles, que forman una especie de muralla en ruinas, y en el borde del Salar, unas cuantas llamas, algunos flamencos y un par de huallatas (Chloephaga melanoptera) que aprovechan el agua de unos riachuelos. 

 



La iglesia es muy linda y a su lado hay varios pequeños monumentos, uno con la efigie del sol. Coquesa se encuentra al pie del volcán Tunupa, de sexo femenino como ya vimos. De hecho, su bello cráter nos puede hacer pensar en una gran falda de colores.    



Chantani
En el pueblo de Chantani nos hacen visitar el pequeño museo con curiosidades locales, una colección de cántaros y un terreno lleno de animales de piedra, encontradas o talladas por el dueño del lugar. Me llama la atención el techo de la casita, trabajado con madera de cactus a modo de vigas, con piel de llama tendida y luego cubierto de paja.


 
La iglesia aquí, con un campanario más alto que en Coquesa, es también muy bonita y nos reserva una sorpresa: detrás hay una puertita que da una vista preciosa sobre el campo. Aquí también encontramos el culto al sol y, encima del pórtico de la iglesia, una llama ocupa el lugar del santo.


Hotel Tayka de Sal
Pasando el pueblo de Tawa, relativamente más grande que los anteriores, llegamos al hotel Tayka, donde nos esperan unas bien merecidas cervezas huari y una botella de vino merlot con la cena.  El hotel está hecho de sal, al igual que los muebles, pero están cambiando el techo original de paja por uno de calamina, porque goteaba y disolvía los muros. La cantidad de frazadas de lana sobre la cama es impresionante y su peso nos aplasta un poco. Pero dormimos bien bajo la vigilancia de Tunupa. 

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