Fin del septenio de Banzer
Durante el largo periodo del primer gobierno de
Banzer, la libertad en Bolivia quedó restringida a pocos lugares. Había cierta
libertad de pensamiento en las universidades – aunque en un momento dado
quisieron botar a todos los docentes extranjeros de la UMSA, exigiéndonos una
declaración de “bolivianidad”, en consecuencia de lo cual la cónsul de la
embajada belga me quitó mi nacionalidad de origen por un tiempo – y había la
posibilidad de reunirse con amigos y cantar “El Chapaco alzado” o alguna
canción de Benjo Cruz en la Peña Naira, cosa que entonces parecía bastante
atrevida. Juan Antonio trabajaba en la Universidad Católica, bajo el mando de
Monseñor Genaro Prata, y yo seguía en la carrera de biología en la UMSA.
Arriba, profesores de la universidad católica con el rector, Monseñor Genaro Prata. Abajo, una noche en la Peña Naira con amigos peruanos. |
A fines de 1977, el gobierno militar de Hugo
Banzer Suarez se encontraba desgastado y la deuda externa se había acumulado
por demás, después de los gastos dispendiosos realizados por el gobierno. Banzer,
quien siempre había soñado con ser un presidente legítimo, cosa que iba a
obtener veinte años más tarde, decidió organizar elecciones nacionales en las
cuales él mismo sería candidato. Sin embargo renunció pronto a esta idea porque
se vio expuesto a ataques personales, tanto a él como a su familia, y presentó
al general Pereda, entonces ministro del interior, como el candidato
oficialista. Banzer pensaba permanecer como el poder detrás del trono y creía
poder manipular fácilmente a su sucesor. No iba a ser tan fácil.
El 21 de diciembre se decretó una amnistía para
dar cierta apariencia de normalidad al país e iniciar la campaña electoral,
permitiendo a unos cuantos miles de exiliados retornar a Bolivia, pero con la
exclusión de una lista de 348 “extremistas”. En la lista negra estaban la
mayoría de los sindicalistas mineros y campesinos, políticos de varios partidos
y posibles opositores en la contienda electoral, muchos estudiantes
universitarios e incluso varios niños. Por ejemplo el hijo de nuestro amigo
Franz Barrios, de nueve años, parecía representar un gran peligro para la
patria y estaba proscrito.
La gente estaba decepcionada y furiosa al ver frustradas sus ilusiones, y cuatro mujeres mineras habían empezado una huelga de hambre para protestar y exigir una amnistía irrestricta. La huelga comenzó el 28 de diciembre e iba a mantenerse durante 21 días, sumando cada día más participantes, alcanzando muy pronto más de mil huelguistas de hambre (algunos dicen más de tres mil), repartidos en todas las ciudades bolivianas. Banzer terminó por ceder bajo la tremenda presión de la opinión pública.
La gente estaba decepcionada y furiosa al ver frustradas sus ilusiones, y cuatro mujeres mineras habían empezado una huelga de hambre para protestar y exigir una amnistía irrestricta. La huelga comenzó el 28 de diciembre e iba a mantenerse durante 21 días, sumando cada día más participantes, alcanzando muy pronto más de mil huelguistas de hambre (algunos dicen más de tres mil), repartidos en todas las ciudades bolivianas. Banzer terminó por ceder bajo la tremenda presión de la opinión pública.
Se pueden reconocer a la
derecha de la foto los jesuitas Luis Espinal y Xavier Albó,
y Domitila Chungara “Si me dejan
hablar”. |
El 9 de julio de 1978, las elecciones tuvieron
lugar como previsto, pero se montó un fraude fenomenal. En esta época las
elecciones se hacían todavía con varias papeletas de colores, un color para
cada partido, ya que había que tomar en cuenta a los numerosos analfabetos. Si
me acuerdo bien, se tenían papeletas verdes para los militares representados
por la Unión Nacionalista Popular (UNP), rosadas para Víctor Paz, quien se
presentaba en una alianza llamada ADRN, anaranjadas para la Unión Democrática
Popular (UDP) de Siles Suazo, amarillo y blanco para la democracia cristiana,
etc. Cada votante escogía una papeleta de los varios paquetes que había en la
mesa, la metía en un sobre que cerraba y luego a la urna.
Este sistema permitía toda clase de trampitas.
Se podía hacer desaparecer de la mesa las papeletas de los otros partidos,
dejando solamente las propias a disposición del votante, se podía llenar las
ánforas con el color adecuado antes o después del voto, o se podía entregar un
sobre cerrado de antemano, con la papeleta adentro, al ciudadano desprevenido,
para que lo deposite en el ánfora, con el argumento de que “el voto es
secreto”. Con la papeleta única multicolor y multisigno, con el control
estricto de las listas de electores y con jurados de mesa elegidos por sorteo, ahora
ya es más difícil hacer estas travesuras, pero hemos visto recientemente que
hay otras maneras de manipular el voto.
En las elecciones de 1978, cuando la corte
electoral había contado apenas el 69% de los votos, paró el recuento, porque ya
figuraban más votos que inscritos en el padrón electoral. El colmo fue cuando
llegaron varias urnas a la corte electoral, llenas de papeletas verdes sin
siquiera desempacar, directo de la imprenta.
Como el fraude ya era escandalosamente
evidente, Pereda pidió anular la elección, a pesar de que los resultados le daban
entonces el 50,3%, contra 24,5% para la UDP. Pero igual quería ser presidente,
con o sin sufragio, así que amenazó con bombardear el palacio de gobierno con
las fuerzas aéreas si sus camaradas no le entregaban el poder en forma
inmediata.
Banzer
renunció entre lágrimas y fue enviado como embajador a Buenos Aires para evitar
interferencias del ex presidente con el nuevo. Pereda mismo sólo iba a
mantenerse en la presidencia por cuatro meses, golpeado por David Padilla y un
grupo de militares jóvenes.
Del
general Padilla se decía que se reía a carcajadas con los numerosos chistes que
circulaban acerca de él, hasta que alguien se los explicaba, después de lo cual
se enfurecía. En todo caso, decidió llamar a nuevas elecciones para el año
siguiente.
Hernán
Siles Suazo y Víctor Paz serían los ganadores de esta nueva contienda, con
escasa diferencia de votos. El Congreso tendría que decidir quién sería el
presidente elegido. Ambos candidatos, protagonistas de la revolución nacional
del 52, se odiaban con todas sus fuerzas
y ninguno quería ceder ante el otro. Pasaron tres días, durante los
cuales cada partido intentaba seducir a sus oponentes y los votos en el
Congreso iban de ida y de vuelta según las mejores ofertas, sin lograr salir
del empate. Finalmente el cansancio logró un compromiso: el presidente del
Senado, Walter Guevara, otro protagonista de 1952, sería nombrado presidente
por un año, con el encargo de organizar nuevas elecciones en 1980.
Todos Santos
Como sabrán, Todos Santos y particularmente el
Día de los Muertos, el 2 de noviembre, es una fiesta importante en Bolivia.
Menos colorida y exuberante que la mejicana, es sin embargo una ocasión para
reunir a la familia y servir una rica comida a los difuntos. Las mujeres
cocinan los platos que más les gustaban cuando estaban en vida y hornean panes
en forma de sus familiares, tantawawas o adultos, coronas, escaleras para subir
al cielo y caballitos para ayudar al traslado de las almas.
En las casas se arma una mesa con los panes,
platos de comida, cirios, fruta, flores, cañas de azúcar, imágenes de santos y
fotos de los muertos, bizcochos dulces y demás, donde las almas llegan de
visita al medio día del primero de noviembre. Al día siguiente toda la familia
se traslada al cementerio con las vituallas, para allí despedir a los muertos
con rezos y mariachis.
La fiesta termina con las tumbas cubiertas de coloridas
flores de papel, que poco a poco se desteñirán con las lluvias melancólicas de
noviembre. De acuerdo a la tradición, únicamente tienen derecho a esta fiesta
aquellas almas que tienen menos de tres años de fallecidas, las más antiguas
son olvidadas. Muchos creen que después de este tiempo las almas de los muertos
se reencarnan en un recién nacido, y que si se festejaran en Todos Santos, se
lastimaría al bebé.
Dos semanas en
noviembre
El primero de noviembre de 1979, los eternos
complots del MNR “histórico” de Víctor Paz y Guillermo Bedregal con los
militares, esta vez con el coronel Alberto Natusch Busch, un militar que se
consideraba a sí mismo muy demócrata, iban a terminar en una masacre.
Como ya lo mencioné, Walter Guevara era
entonces el presidente, nombrado por el Congreso por un año, debido a la
imposibilidad de elegir entre Víctor Paz y Hernán Siles Suazo. Al Doctor
Guevara le parecía sin embargo que un año era muy poco para poner orden en la
economía y al mismo tiempo convocar a elecciones. Además él había obtenido una
gran victoria internacional, cuando una reunión de la OEA que tuvo lugar en La
Paz apoyó la demanda marítima de Bolivia. Con estos argumentos y viendo la
popularidad de la que gozaba debido a ese éxito diplomático, quería prolongar
su mandato por un año más.
Los delegados de la OEA apenas tuvieron tiempo
de recogerse a sus hoteles que el golpe de estado se inició, tomando por
sorpresa hasta el mismo Natusch. Allí se iban a quedar encerrados varios días
mientras se armaba la violencia en las calles, hasta que se pudo organizar una
caravana custodiada por el ejército para llevarlos al aeropuerto. Al principio
Natusch quiso mantener al congreso funcionando, creyendo en las promesas de los
políticos de que iban a destituir a Guevara con una resolución congresal,
legitimando hasta cierto punto el golpe. También creyó, en las primeras horas,
que podría mantenerse en el poder sin violencia y con una prensa libre. Se
equivocaba.
Los diputados, todos de acuerdo por una vez,
cantaron en coro el himno nacional y volvieron a sus casas, cerrando ellos
mismos las puertas del parlamento. Las radios llamaban a la resistencia, los
estudiantes, los obreros y los vendedores ambulantes se dirigían a San
Francisco para empezar a levantar barricadas, la COB decretaba sucesivas
huelgas generales, primero de 24 horas y luego indefinidas, y el gobierno
americano de Jimmy Carter se negó a reconocer el nuevo gobierno. Los tanques
del ejército tomaban las calles y abrían el fuego contra los manifestantes.
Las manifestaciones y la represión comienzan el
primero y se calman un poco el segundo, que es feriado. El tres de noviembre
empiezan de nuevo. Hay un desgraciado imbécil que da vueltas en un helicóptero
de las fuerzas armadas y que se pone a ametrallar a la gente, primero en el
mercado de Villa Fátima y luego en otros barrios populares de La Paz. Desde
nuestra casa en la parte alta de Sopocachi, vemos el helicóptero pasar una y
otra vez y escuchamos las ráfagas de metralleta. Al mediodía, dos aviones de
caza atacan a los manifestantes en la plaza San Francisco.
Los pocos niños que salen todavía a jugar a la
calle imitan el sonido de las ráfagas con sus taca-tacas, un juego que consiste
en dos bolitas de madera unidas por una pita y que los chicos golpean
rápidamente contra la acera.
Los alimentos faltan, la huelga continúa, los
bancos están cerrados, nadie ya tiene plata. Siguen las manifestaciones
esporádicas, principalmente organizadas por grupos de estudiantes
universitarios. Hay tanques en todas las calles del centro y francotiradores en
las azoteas.
Mientras tanto tienen lugar negociaciones con
el auspicio de la iglesia pero no existe acuerdo entre los militares y no se llega
a ningún resultado. Parece obvio que Natusch debe renunciar a la presidencia
pero nadie quiere el retorno de Walter Guevara. Recién el viernes en la noche,
el 16 de noviembre, se ve a la presidenta de la Cámara de Diputados, Lydia
Gueiler, jurar a la presidencia de la República en el Congreso Nacional, como
una salida de compromiso. Bolivia recobró una normalidad relativa, por lo menos
por algunos meses, a pesar de que los militares seguían conspirando y que
tuvimos que lamentar en este periodo el horrible asesinato del Padre Luis Espinal
por una banda de paramilitares.
El golpe de estado de Natusch había fracasado,
después de haber causado un centenar de muertos, pero Víctor Paz estaba
contento, por lo menos “había fregado a Guevara”, según declaró.
Durante estos quince días, yo estaba sola con
los niños. Juan Antonio había sido invitado desde el mes de septiembre 1979 a
la Universidad de Boston y estaba previsto que me iría a reunir con él en
diciembre, una vez que termine el año escolar, dejando los niños en Cochabamba
con sus abuelos.
Los mercados estaban vacíos y las tiendas cerradas,
alimentarse se volvió un problema en La Paz. Por suerte teníamos amigos, Jaime
y Ángeles Peñaranda, que vivían a una cuadra de la casa. Para ahorrar el gas y
las provisiones, comíamos un día en su casa y un día en la mía, con lo que se
podía conseguir ese día.
Después de que todo terminó, incluyendo el año
escolar, pude viajar a Boston en diciembre como planeado, pero me había quedado
la fobia de los helicópteros, que allí veíamos pasar todo el día para controlar
el tráfico de esta ciudad. Quería meterme debajo de la mesa cada vez que oía acercarse
uno.
Teníamos
que retornar a Cochabamba a reunirnos con los chicos para la Navidad, pero
llegados de Boston a Nueva York, resultó que habían sobrevendido los pasajes en
el avión. Solamente había una plaza disponible. Juan Antonio tuvo que quedarse
en Nueva York hasta después del Año Nuevo. Lo rescataron Pepe y Lynn Ipiña que
vivían en Greenwich Village y pudo alojarse en su departamento por una semana. Fuera
de las cucarachas que habían invadido su cocina, no la pasó tan mal. En todo
caso mi marido sigue fanático de Nuevo York y en particular del Village.
Fuentes
Además de mi memoria que por supuesto puede fallar, he consultado las siguientes fuentes bibliográficas:
De Torres a Banzer. J. Gallardo Lozada, 1972. (3ª ed. 1991).
El prisionero de palacio. Irving Alcaraz, 1983.
Han secuestrado al presidente. G. Prado S. y E. Claure, 1990.
Bolivia en el siglo XX. F. Campero Prudencio (ed.), 1999.
El dictador elegido. Martín Sivak, 2001.
De la UDP al MAS. El enigma constituyente. R. Sanjinés Ávila, 2006.
Bolivia en blanco y negro. Fotografías del Archivo de La Paz,
2013.
No hay comentarios:
Publicar un comentario