miércoles, 11 de febrero de 2015

Banzer se va



Fin del septenio de Banzer

Durante el largo periodo del primer gobierno de Banzer, la libertad en Bolivia quedó restringida a pocos lugares. Había cierta libertad de pensamiento en las universidades – aunque en un momento dado quisieron botar a todos los docentes extranjeros de la UMSA, exigiéndonos una declaración de “bolivianidad”, en consecuencia de lo cual la cónsul de la embajada belga me quitó mi nacionalidad de origen por un tiempo – y había la posibilidad de reunirse con amigos y cantar “El Chapaco alzado” o alguna canción de Benjo Cruz en la Peña Naira, cosa que entonces parecía bastante atrevida. Juan Antonio trabajaba en la Universidad Católica, bajo el mando de Monseñor Genaro Prata, y yo seguía en la carrera de biología en la UMSA. 

Arriba, profesores de la universidad católica con el rector, Monseñor Genaro Prata. Abajo, una noche en la Peña Naira con amigos peruanos.
A fines de 1977, el gobierno militar de Hugo Banzer Suarez se encontraba desgastado y la deuda externa se había acumulado por demás, después de los gastos dispendiosos realizados por el gobierno. Banzer, quien siempre había soñado con ser un presidente legítimo, cosa que iba a obtener veinte años más tarde, decidió organizar elecciones nacionales en las cuales él mismo sería candidato. Sin embargo renunció pronto a esta idea porque se vio expuesto a ataques personales, tanto a él como a su familia, y presentó al general Pereda, entonces ministro del interior, como el candidato oficialista. Banzer pensaba permanecer como el poder detrás del trono y creía poder manipular fácilmente a su sucesor. No iba a ser tan fácil.  

El 21 de diciembre se decretó una amnistía para dar cierta apariencia de normalidad al país e iniciar la campaña electoral, permitiendo a unos cuantos miles de exiliados retornar a Bolivia, pero con la exclusión de una lista de 348 “extremistas”. En la lista negra estaban la mayoría de los sindicalistas mineros y campesinos, políticos de varios partidos y posibles opositores en la contienda electoral, muchos estudiantes universitarios e incluso varios niños. Por ejemplo el hijo de nuestro amigo Franz Barrios, de nueve años, parecía representar un gran peligro para la patria y estaba proscrito. 

La gente estaba decepcionada y furiosa al ver frustradas sus ilusiones, y cuatro mujeres mineras habían empezado una huelga de hambre para protestar y exigir una amnistía irrestricta. La huelga comenzó el 28 de diciembre e iba a mantenerse durante 21 días, sumando cada día más participantes, alcanzando muy pronto más de mil huelguistas de hambre (algunos dicen más de tres mil), repartidos en todas las ciudades bolivianas. Banzer terminó por ceder bajo la tremenda presión de la opinión pública.
 

Se pueden reconocer a la derecha de la foto los jesuitas Luis Espinal y Xavier Albó,
y Domitila Chungara “Si me dejan hablar”.

El 9 de julio de 1978, las elecciones tuvieron lugar como previsto, pero se montó un fraude fenomenal. En esta época las elecciones se hacían todavía con varias papeletas de colores, un color para cada partido, ya que había que tomar en cuenta a los numerosos analfabetos. Si me acuerdo bien, se tenían papeletas verdes para los militares representados por la Unión Nacionalista Popular (UNP), rosadas para Víctor Paz, quien se presentaba en una alianza llamada ADRN, anaranjadas para la Unión Democrática Popular (UDP) de Siles Suazo, amarillo y blanco para la democracia cristiana, etc. Cada votante escogía una papeleta de los varios paquetes que había en la mesa, la metía en un sobre que cerraba y luego a la urna.


Este sistema permitía toda clase de trampitas. Se podía hacer desaparecer de la mesa las papeletas de los otros partidos, dejando solamente las propias a disposición del votante, se podía llenar las ánforas con el color adecuado antes o después del voto, o se podía entregar un sobre cerrado de antemano, con la papeleta adentro, al ciudadano desprevenido, para que lo deposite en el ánfora, con el argumento de que “el voto es secreto”. Con la papeleta única multicolor y multisigno, con el control estricto de las listas de electores y con jurados de mesa elegidos por sorteo, ahora ya es más difícil hacer estas travesuras, pero hemos visto recientemente que hay otras maneras de manipular el voto.

En las elecciones de 1978, cuando la corte electoral había contado apenas el 69% de los votos, paró el recuento, porque ya figuraban más votos que inscritos en el padrón electoral. El colmo fue cuando llegaron varias urnas a la corte electoral, llenas de papeletas verdes sin siquiera desempacar, directo de la imprenta.

Como el fraude ya era escandalosamente evidente, Pereda pidió anular la elección, a pesar de que los resultados le daban entonces el 50,3%, contra 24,5% para la UDP. Pero igual quería ser presidente, con o sin sufragio, así que amenazó con bombardear el palacio de gobierno con las fuerzas aéreas si sus camaradas no le entregaban el poder en forma inmediata. 

Banzer renunció entre lágrimas y fue enviado como embajador a Buenos Aires para evitar interferencias del ex presidente con el nuevo. Pereda mismo sólo iba a mantenerse en la presidencia por cuatro meses, golpeado por David Padilla y un grupo de militares jóvenes.
 


Del general Padilla se decía que se reía a carcajadas con los numerosos chistes que circulaban acerca de él, hasta que alguien se los explicaba, después de lo cual se enfurecía. En todo caso, decidió llamar a nuevas elecciones para el año siguiente.

Hernán Siles Suazo y Víctor Paz serían los ganadores de esta nueva contienda, con escasa diferencia de votos. El Congreso tendría que decidir quién sería el presidente elegido. Ambos candidatos, protagonistas de la revolución nacional del 52, se odiaban con todas sus fuerzas  y ninguno quería ceder ante el otro. Pasaron tres días, durante los cuales cada partido intentaba seducir a sus oponentes y los votos en el Congreso iban de ida y de vuelta según las mejores ofertas, sin lograr salir del empate. Finalmente el cansancio logró un compromiso: el presidente del Senado, Walter Guevara, otro protagonista de 1952, sería nombrado presidente por un año, con el encargo de organizar nuevas elecciones en 1980.


El baile de los presidentes (1978-1980)
En paracaídas, David Padilla, en avión, Juan Pereda, en tanque, Alberto Natusch, en taxi, los civiles
Lydia Gueiler y Walter Guevara. A caballo, Luis García Mesa y en tren, Juan José Torres y Hugo Banzer.

Todos Santos

Como sabrán, Todos Santos y particularmente el Día de los Muertos, el 2 de noviembre, es una fiesta importante en Bolivia. Menos colorida y exuberante que la mejicana, es sin embargo una ocasión para reunir a la familia y servir una rica comida a los difuntos. Las mujeres cocinan los platos que más les gustaban cuando estaban en vida y hornean panes en forma de sus familiares, tantawawas o adultos, coronas, escaleras para subir al cielo y caballitos para ayudar al traslado de las almas.


En las casas se arma una mesa con los panes, platos de comida, cirios, fruta, flores, cañas de azúcar, imágenes de santos y fotos de los muertos, bizcochos dulces y demás, donde las almas llegan de visita al medio día del primero de noviembre. Al día siguiente toda la familia se traslada al cementerio con las vituallas, para allí despedir a los muertos con rezos y mariachis.

La fiesta termina con las tumbas cubiertas de coloridas flores de papel, que poco a poco se desteñirán con las lluvias melancólicas de noviembre. De acuerdo a la tradición, únicamente tienen derecho a esta fiesta aquellas almas que tienen menos de tres años de fallecidas, las más antiguas son olvidadas. Muchos creen que después de este tiempo las almas de los muertos se reencarnan en un recién nacido, y que si se festejaran en Todos Santos, se lastimaría al bebé.

Dos semanas en noviembre

El primero de noviembre de 1979, los eternos complots del MNR “histórico” de Víctor Paz y Guillermo Bedregal con los militares, esta vez con el coronel Alberto Natusch Busch, un militar que se consideraba a sí mismo muy demócrata, iban a terminar en una masacre.

Como ya lo mencioné, Walter Guevara era entonces el presidente, nombrado por el Congreso por un año, debido a la imposibilidad de elegir entre Víctor Paz y Hernán Siles Suazo. Al Doctor Guevara le parecía sin embargo que un año era muy poco para poner orden en la economía y al mismo tiempo convocar a elecciones. Además él había obtenido una gran victoria internacional, cuando una reunión de la OEA que tuvo lugar en La Paz apoyó la demanda marítima de Bolivia. Con estos argumentos y viendo la popularidad de la que gozaba debido a ese éxito diplomático, quería prolongar su mandato por un año más.

Los delegados de la OEA apenas tuvieron tiempo de recogerse a sus hoteles que el golpe de estado se inició, tomando por sorpresa hasta el mismo Natusch. Allí se iban a quedar encerrados varios días mientras se armaba la violencia en las calles, hasta que se pudo organizar una caravana custodiada por el ejército para llevarlos al aeropuerto. Al principio Natusch quiso mantener al congreso funcionando, creyendo en las promesas de los políticos de que iban a destituir a Guevara con una resolución congresal, legitimando hasta cierto punto el golpe. También creyó, en las primeras horas, que podría mantenerse en el poder sin violencia y con una prensa libre. Se equivocaba.

Los diputados, todos de acuerdo por una vez, cantaron en coro el himno nacional y volvieron a sus casas, cerrando ellos mismos las puertas del parlamento. Las radios llamaban a la resistencia, los estudiantes, los obreros y los vendedores ambulantes se dirigían a San Francisco para empezar a levantar barricadas, la COB decretaba sucesivas huelgas generales, primero de 24 horas y luego indefinidas, y el gobierno americano de Jimmy Carter se negó a reconocer el nuevo gobierno. Los tanques del ejército tomaban las calles y abrían el fuego contra los manifestantes. 


Las manifestaciones y la represión comienzan el primero y se calman un poco el segundo, que es feriado. El tres de noviembre empiezan de nuevo. Hay un desgraciado imbécil que da vueltas en un helicóptero de las fuerzas armadas y que se pone a ametrallar a la gente, primero en el mercado de Villa Fátima y luego en otros barrios populares de La Paz. Desde nuestra casa en la parte alta de Sopocachi, vemos el helicóptero pasar una y otra vez y escuchamos las ráfagas de metralleta. Al mediodía, dos aviones de caza atacan a los manifestantes en la plaza San Francisco. 

Los pocos niños que salen todavía a jugar a la calle imitan el sonido de las ráfagas con sus taca-tacas, un juego que consiste en dos bolitas de madera unidas por una pita y que los chicos golpean rápidamente contra la acera.    

Los alimentos faltan, la huelga continúa, los bancos están cerrados, nadie ya tiene plata. Siguen las manifestaciones esporádicas, principalmente organizadas por grupos de estudiantes universitarios. Hay tanques en todas las calles del centro y francotiradores en las azoteas.

Mientras tanto tienen lugar negociaciones con el auspicio de la iglesia pero no existe acuerdo entre los militares y no se llega a ningún resultado. Parece obvio que Natusch debe renunciar a la presidencia pero nadie quiere el retorno de Walter Guevara. Recién el viernes en la noche, el 16 de noviembre, se ve a la presidenta de la Cámara de Diputados, Lydia Gueiler, jurar a la presidencia de la República en el Congreso Nacional, como una salida de compromiso. Bolivia recobró una normalidad relativa, por lo menos por algunos meses, a pesar de que los militares seguían conspirando y que tuvimos que lamentar en este periodo el horrible asesinato del Padre Luis Espinal por una banda de paramilitares.  
  
El golpe de estado de Natusch había fracasado, después de haber causado un centenar de muertos, pero Víctor Paz estaba contento, por lo menos “había fregado a Guevara”, según declaró. 

Durante estos quince días, yo estaba sola con los niños. Juan Antonio había sido invitado desde el mes de septiembre 1979 a la Universidad de Boston y estaba previsto que me iría a reunir con él en diciembre, una vez que termine el año escolar, dejando los niños en Cochabamba con sus abuelos. 


Los mercados estaban vacíos y las tiendas cerradas, alimentarse se volvió un problema en La Paz. Por suerte teníamos amigos, Jaime y Ángeles Peñaranda, que vivían a una cuadra de la casa. Para ahorrar el gas y las provisiones, comíamos un día en su casa y un día en la mía, con lo que se podía conseguir ese día.

Después de que todo terminó, incluyendo el año escolar, pude viajar a Boston en diciembre como planeado, pero me había quedado la fobia de los helicópteros, que allí veíamos pasar todo el día para controlar el tráfico de esta ciudad. Quería meterme debajo de la mesa cada vez que oía acercarse uno.

Teníamos que retornar a Cochabamba a reunirnos con los chicos para la Navidad, pero llegados de Boston a Nueva York, resultó que habían sobrevendido los pasajes en el avión. Solamente había una plaza disponible. Juan Antonio tuvo que quedarse en Nueva York hasta después del Año Nuevo. Lo rescataron Pepe y Lynn Ipiña que vivían en Greenwich Village y pudo alojarse en su departamento por una semana. Fuera de las cucarachas que habían invadido su cocina, no la pasó tan mal. En todo caso mi marido sigue fanático de Nuevo York y en particular del Village.

Fuentes

Además de mi memoria que por supuesto puede fallar, he consultado las siguientes fuentes bibliográficas:


De Torres a Banzer. J. Gallardo Lozada, 1972. (3ª ed. 1991).
El prisionero de palacio. Irving Alcaraz, 1983.
Han secuestrado al presidente. G. Prado S. y E. Claure, 1990.
Bolivia en el siglo XX. F. Campero Prudencio (ed.), 1999.
El dictador elegido. Martín Sivak, 2001.
De la UDP al MAS. El enigma constituyente. R. Sanjinés Ávila, 2006.
Bolivia en blanco y negro. Fotografías del Archivo de La Paz, 2013.
 


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