jueves, 21 de agosto de 2014

Se levanta el telón




Si realmente les interesa saber, les contaré: Yo nací en Bélgica, no mucho tiempo después del fin de la segunda guerra mundial. En la foto soy la niña sonriente y estoy con mis hermanos Christine y Etienne. Mi amiga Mady, quién nació como tres semanas después, suponía que mis papás escuchaban clandestinamente radio Londres, y estaban algo más al tanto sobre el avance de los aliados. 




Me cuenta también que cuando nació ella, se la veía tan diferente, tan morocha en comparación con sus dos hermanas rubias, que el médico se sorprendió y supuso que, durante la liberación de mayo 1945, algún soldado americano se pudo haber propasado con su madre. Hay muchas historias sobre chicas belgas y francesas que se trepaban a los tanques y se abalanzaban eufóricas a los brazos de los liberadores. Sea como fuera, y sin querer sospechar en lo más mínimo de su mamá, estas fechas de nacimiento nos ubican sin remedio en la franja de los baby-boomers, y un poco más tarde en la generación de mayo 68.  


Primeros recuerdos

Mi recuerdo más remoto fue el de encontrarme en un cuarto desconocido, en una cuna con altos barrotes blancos, indignada de ser tratada como un bebé.  Debía tener tres o cuatro años y estaba en un hotel en la costa del Mar del Norte, alojada por mi tía Marie en este cuarto compartido con mi prima Mimí, que me servía de niñera circunstancial. Si me acuerdo tan bien de eso, es sin duda porque me habían sacado de mi pequeña rutina y de mi ambiente familiar.

 

Recién mucho más tarde me enteré por qué estaba yo allí, sin el resto de la familia. Una de mis hermanas, Nénette, me contó que, muy pequeña, había contraído una tuberculosis y que me hacían pasar el mayor tiempo posible en la costa, para respirar el aire marino, tan bueno para los pulmones. De modo que cada vez que alguien de la familia tomaba sus vacaciones al borde del mar, yo formaba parte de su equipaje.

Mis papás nunca quisieron hablarme de esta enfermedad y cuando en la escuela primaria se hacía el test anual de tuberculina - todavía no se había inventado la vacuna BCG -, no entendía por qué me escocía el brazo y se me inflamaban las escarificaciones. Cada año mi mamá tenía que ir a explicar este resultado positivo al Centro de Salud de la comuna, pero a mí no me decía nada.


Una temporada en Gante

Otro recuerdo que tengo de mi prima Mimí es de un poco más tarde, cuando yo tendría unos seis o siete años y ella alrededor de dieciséis, y jugábamos con una casita de cartón desplegable. Las paredes eran tapizadas en un precioso estilo 1900, típico de “la belle époque”, y había unos muebles y muñequitos recortados de esa misma época. Lo más admirable eran los diminutos focos a pilas que se prendían de verdad.


Esta vez pasaba unos días con mis tíos Arthur y Marie en su casa de Gante, una gran casa burguesa entre los canales de agua verde y un poco maloliente que cruzan la ciudad. Mi tío Arthur, hermano mayor de mi padre, era juez. Más tarde sería nombrado a la Corte Suprema en Bruselas, y la familia se trasladaría a la capital, más precisamente a la avenida de Waterloo, en Uccle. 

Mimí trabajaba ya entonces como profesora de latín y griego en un colegio de niñas en Nivelles; quedó soltera y no se puede decir que era muy querida por sus alumnas. Según lo que ella misma me contaba, las chicas que venían maquilladas a sus clases se encontraban pronto agarradas de la nuca y con la cara bajo el grifo del patio de recreo. Este tratamiento era bastante normal en los colegios de monjas de esa época. Joseph, el hijo, se quedaría en Gante donde sería también juez como su padre. 
  

Una casa de ciudad

La casa de Arthur Belpaire y su esposa Marie (también llamada cariñosamente tía Cactus, porque su mentón picaba mucho cuando nos besaba) estaba llena de antigüedades, todas únicamente de estilo imperio, que mi tío coleccionaba visitando cada domingo los numerosos anticuarios de Bruselas. La tía Marie tenía sus propias colecciones: frecuentaban asiduamente su casa, jóvenes curas y seminaristas congoleses que hacían sus estudios en Bélgica, y se sentían felices con un buen almuerzo o de poder tomar un té con pastelillos.  



Me acuerdo perfectamente de la casa. Una de las ventanas de la sala que daba a la calle tenía un vitral hecho con espesos fondos de botella de todos los colores. Me gustaba mucho y seguramente me inspiró para el vitral que tengo ahora en el comedor. Con las nuevas casas y construcciones que nos rodean ahora, es cada vez más útil para que los vecinos no nos observen desayunando en pijamas.
También me gustaba mucho el pequeño jardín delantero de la casa, con un diminuto estanque donde vivían unas ranas minúsculas, que parecían tan exóticas como los invitados de la tía Marie. Siempre he soñado con tener un estanque lleno de plantas en mi jardín, pero esto no se dio hasta el momento. Mi papá decía siempre que hay que mantener algunos sueños para más adelante.




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