Instituciones
Durante los años 1990, veríamos en Bolivia
logros espectaculares para la conservación del medio ambiente. Jaime Paz inició
su gobierno con la creación del Ministerio para el Medio Ambiente y el
Desarrollo Sostenible y el Fondo Nacional para el Medio Ambiente (Fonama).Ya
existía anteriormente una Secretaría General para coordinar estos temas entre
los diferentes ministerios.
La Liga de Defensa del Medio Ambiente empezó asimismo a jugar un rol importante como
vocero de la sociedad civil y de las organizaciones ambientalistas, frente al
estado y a la cooperación internacional, en asuntos relacionados con la
protección del planeta.
Fonama, creada en 1990 y ratificada en 1992 a
través de la nueva Ley del Medio Ambiente, recibió un importante financiamiento
de la Iniciativa de las Américas, protagonizada por el gobierno del presidente
George Bush padre: treinta millones de dólares por medio de un canje de deuda
bilateral que alcanzaba a 400 millones.
Este fondo iba a financiar durante varios años
los proyectos de cuatro grupos de beneficiarios: las ONGs dedicadas al
desarrollo rural, aquellas que se ocupaban de conservación ambiental, los
grupos de base organizados (indígenas, campesinos, asociaciones civiles) y las
instituciones científicas dedicadas a la investigación. Los primeros años de
funcionamiento de Fonama fueron muy buenos.
Yo formaba parte del primer comité de
evaluación de proyectos y teníamos que decidir acerca de la asignación de
fondos de donación después de haber leído y analizado montañas de papel. Las
reuniones tenían lugar dos veces al año, cada vez en una región diferente,
donde aprovechábamos para visitar y evaluar los proyectos en ejecución.
Lamentablemente, a lo largo de los años Fonama
se politizaba cada vez más y en 1998, ya había perdido buena parte de su
credibilidad. El fondo fue intervenido y
privatizado para transformarse en la Fundación Puma, quedando reducida a una
mínima expresión.
La primera marcha de
los indígenas
Uno de los eventos más importantes del año 1990
fue sin duda la Marcha por el Territorio y la Dignidad, organizada por los
pueblos indígenas del Oriente para reclamar el derecho a sus tierras
ancestrales.
Saliendo de Trinidad, la marcha liderizada por
Marcial Fabricano atravesó las sabanas del Beni, las selvas del Chapare y las
montañas de los Yungas, por unos 1500 kilómetros. Jaime Paz no esperó que los
marchistas lleguen a La Paz, les salió al encuentro para reunirse con ellos en
Yolosa. Prometió su apoyo y una respuesta favorable a sus demandas.
La marcha fue recibida triunfalmente por los
paceños y el presidente sacó el decreto de creación de 16 territorios indígenas
que el Instituto Nacional de Reforma Agraria tenía que sanear e implementar paulatinamente.
También creó el Fondo de Desarrollo Indígena, que sería administrado por los
mismos interesados.
Nuevas leyes
Jaime Paz decretó además la “Pausa ecológica”,
que prohibía la explotación comercial de los bosques y la pesca y caza por
terceros, hasta poder elaborar y aprobar las leyes necesarias para la
conservación del ambiente y el desarrollo sostenible. La extracción de recursos
estaba permitida únicamente para los pueblos que dependían de ellos para su
supervivencia. Sin embargo no se puede decir que esta pausa fue muy respetada.
Muy pronto empezarían las discusiones para la
redacción de la ley 1333, la Ley del Medio Ambiente, que sería aprobada por el
Congreso el 27 de abril de 1992, justo a tiempo para la Cumbre Mundial de la
Tierra de Río de Janeiro. La elaboración de la ley había costado grandes
esfuerzos de concertación, no solamente con los diferentes partidos políticos,
sino también con los sectores económicos relacionados con el uso de recursos
naturales. Las reuniones y seminarios eran interminables, las discusiones a
veces muy hostiles con los mineros, industriales, las empresas petroleras y
forestales, los soyeros y otros. En cambio los indígenas y los pequeños
agricultores eran nuestros aliados.
La sociedad civil participaba activamente en
estos debates, en los cuales LIDEMA tenía un rol protagónico y los
investigadores del Instituto de Ecología intervenían como apoyo técnico y
científico. La cooperación internacional apoyaba los esfuerzos con
financiamiento pero las iniciativas eran bolivianas. Jorge Torres, diputado del
MIR, era el coordinador y servía de enlace con el parlamento.
La Ley del Medio Ambiente iba a servir de base
para la elaboración de otras leyes y reglamentos como la Ley Forestal y la Ley
del Instituto de Reforma Agraria en 1996. Sin embargo, durante el mismo periodo
también se aprobarían nuevos códigos y leyes para la actividad minera y petrolera,
que contradecían completamente la Ley del Medio Ambiente al ser demasiado
permisivos. Como ejemplo se puede mencionar las contradicciones relacionadas a
la explotación de pozos petroleros en áreas naturales protegidas.
No hace falta recordar que la actividad minera
en Bolivia comprende tanto empresas grandes que funcionan con capitales
internacionales, como minas explotadas en forma artesanal por las cooperativas
mineras, que son de hecho pequeñas empresas que no respetan las leyes
laborales, utilizan mano de obra infantil y contaminan sin ninguna precaución o
medida de mitigación. En muchas de estas minas la tecnología de picota,
carretilla y costal es la misma que al principio del siglo 20, o incluso
durante la colonia.
Las grandes empresas mineras, que trabajan a
veces a cielo abierto, contaminan también el ambiente, pero usan tecnología
algo más moderna, tienen algún grado de tratamiento de deschos mineros (cuando
los diques de contención no rebalsan), no hacen trabajar a los niños y pagan
algunas regalías e impuestos, cosa que las cooperativas tratan de evitar.
Las minas de oro son de lejos las más
contaminantes. Todos los ríos bolivianos están contaminados, unos más que
otros. Los lagos Titicaca y Poopó lo son también.
La cumbre de Río
Mientras tenían lugar las reuniones para
redactar la Ley del Medio Ambiente, Bolivia también preparaba su intervención
en la Cumbre para la Tierra de la Naciones Unidas, conocida como Río 1992. Hubo
una numerosa delegación boliviana, tanto en las reuniones oficiales entre
Estados, como en la Cumbre paralela organizada por diferentes grupos da la
sociedad civil. Pero yo no viajé.
La Cumbre para la Tierra iba a reunir a 178
delegaciones de varios países, entre los cuales había 116 jefes de Estado,
mientras que en el Foro Global participarían más de 17.000 personas muy
diversas en sus tendencias, gustos y vestimenta o, en algunos casos, falta de
vestimenta.
Entre los documentos aprobados estaría la
Agenda 21, un plan de acción con recomendaciones concretas, y cuatro
protocolos: la convención sobre el cambio climático, la convención para la
conservación de la biodiversidad, la declaración de principios sobre los
bosques y la convención para la lucha contra la desertificación. La convención
sobre el cambio climático sería firmada recién en 1997, bajo el nombre de
Protocolo de Kioto.
Todos estos acuerdos debían servir para definir
la política de desarrollo sostenible en Bolivia en los años siguientes. Sin
embargo, poco a poco el país perdería el impulso y el entusiasmo. Un solo
ejemplo bastará para explicar por qué.
Un intento de proteger los bosques del Parque Nacional
Noel Kempff Mercado con el financiamiento de bonos de carbono fracasó, a pesar
de negociaciones muy avanzadas, porque en algún lugar (¿Kioto?) se tomó la
decisión absurda que estos bonos solamente podían pagar por plantaciones
nuevas, y que un programa para evitar la tala y los incendios en una selva
virgen, por supuesto mucho más valiosa, no calificaba.
Cuando Naciones Unidas
cambió finalmente su opinión, ya era demasiado tarde, el enfoque de la política
boliviana había cambiado y se prestaba muy poco interés a la conservación. El
presidente se limitaba a lanzar ampulosos discursos en homenaje a la Pachamama,
pero rechazaba la idea de compensar las emisiones de bióxido de carbono por ser
una idea capitalista.
Las Cumbres iban a repetirse cada diez años, con
escasos resultados después de la primera. Río +10, en Johannesburgo, o Río +20,
nuevamente en Río, Brasil, serían grandes decepciones, al punto que los ecologistas
hablaban de Río menos 20. La mayoría de los países buscaba excusas para no
hacer nada y algunos grandes, como Estados Unidos y China, nunca ratificaron
los acuerdos alcanzados.
Un trabajo de equipo
A pesar de todo, por lo menos en nuestro país,
las actividades seguían y se obtenían resultados. Se estableció un sistema
nacional de áreas protegidas (SNAP), con 21 áreas de distintas categorías, que
juntas cubrían 17 millones de hectáreas, el 18% del país. En 1993, un millón de
hectáreas de bosques tenía producción sostenible, certificada por la
International Tropical Timber Organization, la Convención de Río sobre la
Biodiversidad fue aprobada como ley por el Congreso en 1994 y la Agenda 21
servía de guía para muchas iniciativas.
El Ministerio de Desarrollo Sostenible (que
cambiaría de nombre con cada cambio de gobierno) elaboraba, con el apoyo de
especialistas, la Estrategia para la Biodiversidad y el Plan de Acción
Ambiental para Bolivia, que buscaban reducir la pobreza por medio de un
desarrollo sostenible y participativo.
Los equipos de trabajo estaban compuestos por
los técnicos y consultores del ministerio, los investigadores de la
universidad, los miembros de varias organizaciones que se preocupaban por la
conservación y algunos representantes de la cooperación internacional. Son
demasiado numerosos para poder hacer una lista. Aquí se ven unos pocos,
compartiendo una parrillada.
Libros y más libros
Desde el año 1982, el Instituto de Ecología
empezó a publicar su revista “Ecología en Bolivia” para hacer conocer los
trabajos científicos que se realizaban en el país. Sacar la revista representaba
mucho trabajo, sobre todo para Erika, quien tenía que convencer a los autores
de publicar sus resultados y entregar a tiempo los artículos. Yo la ayudaba con
la redacción y las correcciones, y las
dos trabajábamos con las imprentas. Me gustaban mucho los talleres de prensa
con su olor a tinta, pegamento y papel nuevo. La revista sigue publicándose
regularmente hasta ahora.
Con los años la producción científica boliviana
relacionada con las ciencias ambientales iba a crecer enormemente. En casi
todos los libros de esta época me mencionan como editora, traductora o
correctora. También escribí dos libros
como autora: el “Manual de Ecología” en 1988 y “Bolivia: medio ambiente y
ecología aplicada” en 1990. Virginia Padilla, la secretaria de la editorial,
hacía la compaginación y ponía todo su esmero en las largas listas de nombres
en latín de plantas y animales inventariados. Todas las publicaciones merecían
una presentación pública con discursos, bocaditos y una copa de vino.
Otra actividad importante era la elaboración de
materiales escolares, a través de un proyecto de UNICEF. Trabajábamos en equipo
bajo la dirección de Víctor Hugo Cárdenas, quien sería vicepresidente de la
república en 1993-1997. Junto con mi colega María escribíamos textos para la
escuela primaria multigrado, es decir escuelitas donde un solo profesor estaba
a cargo de dos o más cursos. El gobierno de Gonzalo Sánchez de Lozada y Víctor
Hugo Cárdenas iniciaría la reforma educativa en 1995.
Parte de nuestros materiales fue tomada en
cuenta, pero debo decir que los maestros de escuela los revisaron en sendos
talleres y los acomodaron a su gusto, de manera a cambiar lo menos posible sus
viejas costumbres y añejos conocimientos. A pesar de las afinidades trotskistas
de nuestros docentes, son probablemente el sector más conservador del país.
Les contaré apenas una anécdota para terminar
el tema. En esos años el Ministerio de Educación ocupaba la vieja casona de la
plaza Venezuela donde se encuentra ahora el Registro Civil departamental. La
dirección de educación urbana estaba en el cuarto piso y la de educación rural
en el quinto. Pero cuando querían comunicarse, me mandaban los papeles al
campus de Cota Cota, a 16 km del centro, para que yo los lleve donde
correspondía. No se hablaban entre ellos.
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