La kermesse de la UDP
En el jardín de Guido y Anita Capra, en el mes
de mayo de 1980, los miembros del CERNA organizaban una kermesse para juntar
fondos y apoyar la campaña de su candidato a diputado. El Centro de Estudios de
los Recursos Naturales era de hecho un club político. Se presentaba como un
centro de estudios, porque durante las dictaduras militares estaba prohibida
toda actividad política.
El grupo estaba formado por unos cuarenta
profesionales, la mayoría geólogos, ingenieros y economistas de izquierda.
Algunos de ellos pertenecían al MIR, pero muchos eran independientes. El grupo
apoyaba al Frente de la Unidad Democrática y Popular (UDP), una alianza formada
principalmente por los partidos de centro-izquierda e izquierda MNRI, MIR, PCB
y PRIN. Los socialistas de Quiroga Santa Cruz (PS1) no formaban parte de la
coalición y se presentaban en forma separada a las elecciones de junio 1980. El
CERNA, por ser un grupo tan pequeño, tenía derecho a un solo candidato para la
diputación de La Paz, nuestro amigo Guido.
Ese día, el césped del jardín de
Achumani estaba cubierto de kioscos, de mesas y sillas de plástico alquiladas.
Las señoras vendían sándwiches, hotdogs, anticuchos y platos bolivianos que
ellas – o sus cocineras en muchos casos – habían preparado, mientras sus
esposos se ocupaban de la venta, y también del consumo, de whiskys y cervezas.
Algunos vendían boletos para la rifa, cuyos premios habían sido donados por los
militantes. Otros vendían discos de 45 revoluciones con las canciones de la
campaña electoral. Los negocios marchaban bien y el sol estaba radiante. En la
tarde, el Dr. Hernán Siles Suazo, nuestro candidato a la presidencia, llegó en
medio del mayor entusiasmo para saludar a sus simpatizantes y besar a los niños.
Mis hijas Isabel y Adriana ayudaban
a la causa controlando los juegos que yo había organizado. Por una moneda, los
niños podían jugar a pescar premios – sin blanca – o hacer caer latas con una
pelota de trapo. Esteban, con toda la simpatía de sus cinco años, les hacía
propaganda e invitaba grandes y pequeños a participar. Por mi parte había
obtenido de mis amigos, y al limpiar la biblioteca de la casa, una gran
cantidad de libros de segunda mano, que vendía en una esquina del jardín, con
buenas ganancias. Fue un lindo día.
Y sin embargo…
Sin embargo, las cosas no se presentaban tan
bien. Es verdad que ya teníamos un gobierno civil, con Lydia Gueiler como
primera – y única hasta ahora – presidenta mujer para Bolivia, pero los
militares estaban gruñendo y ladrando a sus espaldas. Debido al hecho de que no
había sido elegida directamente, sino apenas por el Congreso y por un tiempo
muy corto de transición, muchos políticos tampoco querían reconocer su
autoridad.
A pesar de esta situación difícil, doña Lydia
era una mujer valiente. Al inicio de su gobierno se había visto obligada a
devaluar la moneda en un 25%, cosa que sus predecesores no se habían animado a
hacer, pero era indispensable para salvar la economía del país. Esta medida,
como se puede suponer, había provocado protestas e intranquilidad, tanto en las
ciudades como en el campo.
Luis García Meza era entonces comandante del
ejército y se sentía todopoderoso, luego de haberse ascendido él mismo al grado
de general. Su colega, el coronel Luis Arce Gómez, había hecho desaparecer los
archivos del Servicio de Inteligencia del Ejército, para eliminar toda
referencia a los abusos cometidos por los regímenes dictatoriales anteriores. Todo
el aparato de represión de Banzer se mantenía aún en su lugar y los grupos de
paramilitares seguían activos, como ya se verá.
Poco a poco la campaña electoral de la UDP
cobraba fuerzas, con la euforia de la democracia reconquistada, y las
convocatorias reunían cada vez más gente, al punto que había que cambiar de
lugar a medida que el movimiento crecía. Las primeras manifestaciones se hacían
en la Garita de Lima y contaban con apenas un centenar de militantes, pero unas
semanas después ya reunían a miles, cubriendo completamente la plaza de San
Francisco. Incluso los paramilitares que pasaban en motocicletas, lanzando a su
paso gases lacrimógenos para dispersar a la gente, no podían disuadir a los
participantes, que se quedaban estoicamente a escuchar los discursos. Allí es
donde aprendí a combatir el picoteo con antorchas hechas de papel periódico
bien enrollado.
En marzo, el padre Luis Espinal, responsable de
la edición del periódico izquierdista “Aquí”, fue secuestrado, torturado y
asesinado, probablemente por orden de Arce Gómez. Cuando se encontró su cadáver
abandonado en una calle del barrio de Achachicala, la indignación popular fue
inmensa. La Paz entera había asistido a su entierro y acompañado el ataúd
atravesando toda la ciudad, desde el colegio San Calixto hasta el Cementerio
General. Había miles de personas, de todas las clases sociales. El pueblo lo
proclamó inmediatamente como el santo de los pobres y mártir de la democracia.
Si el Vaticano lo hubiera aprobado, Lucho Espinal podía haber sido el primer
santo cinéfilo y crítico de cine. Pero no hubo milagros, ni de la parte de San
Lucho ni tampoco de parte de Lydia Gueiler, y no hubo esfuerzos muy serios para
encontrar los culpables.
El 2 de junio hubo un atentado contra una
avioneta que pertenecía a Arce Gómez y transportaba dirigentes de la UDP. Siles
Suazo no estaba en la avioneta porque a último momento había decidido no
viajar. Federico Álvarez Plata, candidato al Senado, murió en el accidente, así
como el piloto y el copiloto. Jaime Paz logró salvarse con vida pero con graves
quemaduras de las cuales conserva las cicatrices, a pesar de todas las
operaciones reconstructivas que tuvo que soportar. Y eso no fue todo.
El 26 de junio la UDP hacía su cierre de
campaña con una concentración masiva en la plaza San Francisco, seguida de una
marcha de los participantes a lo largo del Prado, en dirección de la
universidad. A la altura del hotel Copacabana, alguien lanzó una granada de
guerra hacia los marchistas, a una decena de metras detrás de nosotros. Hubo
dos muertos y 48 heridos graves.
Tres días después, el 29 de junio, tuvieron
lugar las elecciones en medio de la calma y la normalidad. La UDP obtenía
507.173 votos, el MNR de Víctor Paz 263.706, la ADN (de derecha nacionalista)
220.309 et el PS1 113.959. Debido a la existencia de múltiples partidos
pequeños, la UDP llegaba al 38,74% del sufragio, por lo que no obtenía la
mayoría absoluta. Había por lo tanto que esperar la votación del Congreso para
saber quién, de los tres primeros, juraría a la presidencia el 6 de agosto.
Una excursión a Alto de Ánimas
El 17 de julio de 1980 había organizado una
salida de campo para los estudiantes de la materia Ecología I en los
alrededores de La Paz, para estudiar las cadenas alimentarias en una pequeña
laguna de montaña. Habíamos convenido encontrarnos en la parada final del micro
Ñ en Chasquipampa, desde donde los llevaría yo en el Fiat celeste, en dos
viajes, hasta la laguna de Alto de Ánimas. Cada uno llevaba redes, bocales, palitas,
libreta y bolsas de plástico. La laguna estaba mucho menos contaminada de lo
que es ahora y tenía bastante agua a pesar del invierno. Incluso había unos
pececitos transparentes, que creo que han desaparecido desde entonces.
Las observaciones iban muy bien y hacíamos una
pausa al mediodía para comer algo, cuando pasó una pareja de campesinos que
escuchaban su radio al caminar. Se acercaron para avisarnos que había una revolución
y combates callejeros en el centro de la ciudad.
Ya temprano en la mañana hubo rumores de un
levantamiento militar en Trinidad, pero de acuerdo a los noticieros todo ya
estaba controlado, y además Trinidad está bastante lejos de La Paz. Sin embargo
ahora, con ocho estudiantes bajo mi responsabilidad, debía asegurarme de que
llegaran sanos y salvos a sus casas y no podíamos perder más tiempo.
Sólo me quedaba amontonar a los ocho como sea
en el auto para volver a La Paz, subiendo la Avenida del Poeta en contra-flecha
porque las demás calles, la Arce y la 6 de agosto, estaban cerradas por
tanquetas. Imposible tampoco seguir más allá, porque la UMSA estaba rodeada por
barricadas construidas por los universitarios. Después de haber recomendado a
mis alumnos que regresen directamente a sus casas sin tratar de participar en
el lío, tuve que dar media vuelta y bajar nuevamente por la avenida, en el
sentido correcto esta vez. Pude llevar conmigo dos familias con niños pequeños
que hacían dedo porque no tenían cómo llegar a la zona sur, pues no había
transporte público.
Luego me parece que fui rápidamente al colegio
de los chicos para recogerlos, o quizás ya habían vuelto a pie, no me acuerdo
bien. Estaban entonces en el colegio Loretto, en San Miguel, y vivíamos en la
calle 4 de Los Pinos, donde habíamos alquilado una casita para poder supervisar
de cerca el trabajo de construcción que habíamos empezado en Cota-Cota.
Juan Antonio se encontraba en Argentina por
unos días, para asistir a un congreso de economistas. Cuando pudo regresar a
Bolivia, había agentes revisando una lista de nombres de indeseados al pie de
las escalerillas de los aviones, tanto en Santa Cruz como en La Paz, para
apresarlos inmediatamente. Por suerte mi marido no estaba en la lista negra.
Lo que había pasado
mientras tanto
A las once de la mañana, mientras estábamos
pescando nuestros bichitos, los paramilitares habían tomado las ambulancias de
la Caja de Salud y habían entrado a fuerza de ametralladoras en los locales de
la Central Obrera Boliviana, donde los dirigentes se encontraban en una reunión
de emergencia. La reunión había sido convocada a raíz de los eventos de
Trinidad, para planificar la resistencia y defender la débil democracia.
Los paras obligan a los políticos y los dirigentes
sindicalistas a bajar por las escaleras hacia la salida, con las manos en la
cabeza, prisioneros. Unos pocos obreros
logran escapar y refugiarse en las casas vecinas. Cuando llegan al rellano, uno
de los paramilitares descarga su ametralladora sobre Marcelo Quiroga Santa Cruz
y Juan Carlos Flores, hermano de una de mis alumnas, Eliana. Juan Carlos muere
inmediatamente. Marcelo es mortalmente herido pero aún así, lo llevan al Estado
Mayor para torturarlo y cuando muere, los militares hacen desaparecer su cuerpo.
Los prisioneros son llevados a las caballerizas de Miraflores, donde se los
obliga a acostarse boca abaja en el estiércol, mientras los soldados los
apalean y caminan sobre ellos. Simón Reyes es una de las víctimas y contará
después lo que padecieron. Treinta y cinco años después, la familia Quiroga
sigue buscando los restos de Marcelo sin poder obtener información alguna.
Otros grupos, también en ambulancias, ocupan el
palacio de gobierno. Los ministros de Lydia Gueiler, entre ellos nuestro amigo
Salvador Romero, consiguen escapar por el techo de la catedral, sin saber muy
bien cómo lo hicieron. La presidenta es arrestada y conducida bajo custodia
hasta la residencia de San Jorge. Las radios han sido ocupadas y en muchos
casos destruidas, como la radio Fides. Mientras tanto, aviones y tanques atacan
a los campamentos mineros. En la tarde García Meza obliga a su prima Lydia a
firmar su renuncia a la presidencia, después de echar abajo a patadas la puerta
de su dormitorio.
La universidad es ocupada y cerrada. Nuestros
animales de laboratorio y los peces de los acuarios mueren por inanición porque
no dejan entrar a nadie. Poco después, me despiden junto con todas las
autoridades universitarias (era jefe interina de la carrera de biología) y dos
estudiantes me acusan alegremente de haber desviado fondos del Instituto de
Ecología para financiar la campaña de la UDP. Por suerte esta falsa acusación
se esfumó rápidamente.
La casa de los tres chanchitos
La casa de los tres chanchitos
Y el lobo soplaba y soplaba
Pero la casa no derribaba…
Durante
el breve periodo democrático, de un poco menos de un año, de los gobiernos de
Walter Guevara y Lydia Gueiler, y a pesar de la interrupción de dos semanas
causada por el golpe de Natusch en noviembre 1979, hubo una gran ola de alivio
y optimismo en el país, que en nuestro caso se había traducida en la construcción de una casa.
Ya habíamos comprado el terreno cuatro o cinco
años antes, con la ayuda de un avance de herencia de mis padres. Pertenecía a
una pareja que tenía una papelería en la avenida Buenos Aires y una casita de
campo en Cota-Cota, con un terreno suficientemente grande para dividirlo en
cinco lotes. Cota-Cota todavía era un lugar muy rural, de hecho era un
pueblito campesino recién incorporado en la zona urbana. Había muy pocas casas
y las vacas, chanchos, gallinas y ovejas paseaban libremente por las calles.
El terreno nos gustaba sobre todo por sus
grandes eucaliptos y cipreses y organizábamos allí unos días de campo los domingos,
defendiéndonos como podíamos de los enormes perros de la vecina. Fue una buena
razón para construir un muro lo antes posible.
Durante mucho tiempo había soñado cómo sería la
casa y dibujado planos y perspectivas, con un gran techo pendiente, muchas
ventanas, una chimenea y un jardín lleno de árboles. Hablando con nuestra arquitecta,
Marta Torres, nos pusimos rápidamente de acuerdo. Lucho Aguilar, un ingeniero
formado en Suiza y amigo de mi cuñado Rolando, había hecho los planes de
estructura, sanitarios y eléctricos. Pedro Ergueta, otro amigo ingeniero con
especialidad de la universidad de Lieja, en Bélgica, iba a supervisar la obra y
conseguir los albañiles. Nuestros amigos pusieron manos a la obra para hacer
realidad mis sueños.
Con nuestros ahorros y los dos salarios,
no teníamos necesidad de prestarnos del banco. Los materiales y la mano de obra
eran mucho más baratos que ahora y logramos pagar los gastos cada sábado, a
medida de los avances de la obra. Además, para ahorrar, nos ocupábamos de la supervisión
cotidiana y del transporte de las bolsas de cemento y de una parte de los
ladrillos y las tejas.
El maestro albañil, Cecilio Ticona, era todo un
personaje, muy digno y con mucha experiencia. Trabajaba con su hermano menor,
Evaristo, y dos obreros más, cuyos nombres no me acuerdo porque eran menos
originales, digamos Pedro y Juan. Se pueden contar muchas anécdotas acerca de
la construcción, más que todo relacionadas con el hablar sabroso del maestro
Ticona, por ejemplo cuando nos hacía confundir los camiones de arena y de harina.
Él nos ayudó enormemente al encontrar las tablas
de pino que forman todo el techo de la casa y que provenían de las grandes cajas en
las que se habían importado los vidrios ray-ban para las “magres” que hacían
construir entonces el asilo San Ramón en Achumani. El único problema con esas
tablas es que había que lijar las letras impresas en la madera, trabajo del que
me encargué.
Mi suegro nos había regalado todas las grandes vigas
para la estructura, que provenían de un terreno que tenía en el Chapare y donde
hacía engordar unos novillos. También nos regaló el machimbre para los pisos y después,
cuando ya no nos quedaba un centavo, los marcos de las ventanas y las puertas.
El resultado es que nuestra “cabañita”, como la llamaba Marta Torres, está
llena de madera, lo que le da un ambiente un poco rústico pero muy acogedor.
A fines de julio de 1980, la obra gruesa estaba
más o menos acabada. A consecuencia del golpe de García Meza, las universidades
fueron intervenidas y cerradas, por lo que Juan Antonio y yo nos quedamos sin trabajo y por
lo tanto sin sueldo. Seguir costeando la construcción se volvió problemático,
pero nos convenía terminar lo antes posible para no seguir pagando alquileres.
Por otro lado, tenía ahora mucho tiempo para supervisar al plomero y al
electricista, y pasaba todo el día en la construcción.
Mientras tanto, Juan Antonio hacía consultorías
internacionales en Santo Domingo y otros lados, lo que nos permitía continuar.
Comíamos fideo seis días a la semana y mi colega alemana Erika Gueiger nos
prestó plata sin interés para comprar los vidrios. Finalmente tuvimos que
vender el auto, que nos había servido tanto como camión de carga, para hacer los últimos
trabajos indispensables.
Cuando nos trasladamos a la casa en mayo de
1981 había electricidad, pero no teníamos agua corriente ni teléfono. Al
principio íbamos a buscar agua en dos grandes bidones donde Doña Rosa, la
vecina de la esquina del frente. Pero era nuestra casa, y estábamos felices.
Pocas semanas después nos confirmaron la invitación
de la Universidad de Boston para pasar dos años en Estados Unidos, donde Juan
Antonio iba a trabajar en el Centro de Investigación para el Desarrollo Latino-americano (CLADS) y donde me habían admitido para hacer la Maestría en
ecología, comportamiento y evolución en el Departamento de Biología.
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