viernes, 20 de febrero de 2015

El largo camino




La kermesse de la UDP

En el jardín de Guido y Anita Capra, en el mes de mayo de 1980, los miembros del CERNA organizaban una kermesse para juntar fondos y apoyar la campaña de su candidato a diputado. El Centro de Estudios de los Recursos Naturales era de hecho un club político. Se presentaba como un centro de estudios, porque durante las dictaduras militares estaba prohibida toda actividad política. 

El grupo estaba formado por unos cuarenta profesionales, la mayoría geólogos, ingenieros y economistas de izquierda. Algunos de ellos pertenecían al MIR, pero muchos eran independientes. El grupo apoyaba al Frente de la Unidad Democrática y Popular (UDP), una alianza formada principalmente por los partidos de centro-izquierda e izquierda MNRI, MIR, PCB y PRIN. Los socialistas de Quiroga Santa Cruz (PS1) no formaban parte de la coalición y se presentaban en forma separada a las elecciones de junio 1980. El CERNA, por ser un grupo tan pequeño, tenía derecho a un solo candidato para la diputación de La Paz, nuestro amigo Guido.


Ese día, el césped del jardín de Achumani estaba cubierto de kioscos, de mesas y sillas de plástico alquiladas. Las señoras vendían sándwiches, hotdogs, anticuchos y platos bolivianos que ellas – o sus cocineras en muchos casos – habían preparado, mientras sus esposos se ocupaban de la venta, y también del consumo, de whiskys y cervezas. Algunos vendían boletos para la rifa, cuyos premios habían sido donados por los militantes. Otros vendían discos de 45 revoluciones con las canciones de la campaña electoral. Los negocios marchaban bien y el sol estaba radiante. En la tarde, el Dr. Hernán Siles Suazo, nuestro candidato a la presidencia, llegó en medio del mayor entusiasmo para saludar a sus simpatizantes y besar a los niños.  


Mis hijas Isabel y Adriana ayudaban a la causa controlando los juegos que yo había organizado. Por una moneda, los niños podían jugar a pescar premios – sin blanca – o hacer caer latas con una pelota de trapo. Esteban, con toda la simpatía de sus cinco años, les hacía propaganda e invitaba grandes y pequeños a participar. Por mi parte había obtenido de mis amigos, y al limpiar la biblioteca de la casa, una gran cantidad de libros de segunda mano, que vendía en una esquina del jardín, con buenas ganancias. Fue un lindo día.

Y sin embargo…

Sin embargo, las cosas no se presentaban tan bien. Es verdad que ya teníamos un gobierno civil, con Lydia Gueiler como primera – y única hasta ahora – presidenta mujer para Bolivia, pero los militares estaban gruñendo y ladrando a sus espaldas. Debido al hecho de que no había sido elegida directamente, sino apenas por el Congreso y por un tiempo muy corto de transición, muchos políticos tampoco querían reconocer su autoridad.

A pesar de esta situación difícil, doña Lydia era una mujer valiente. Al inicio de su gobierno se había visto obligada a devaluar la moneda en un 25%, cosa que sus predecesores no se habían animado a hacer, pero era indispensable para salvar la economía del país. Esta medida, como se puede suponer, había provocado protestas e intranquilidad, tanto en las ciudades como en el campo. 

Luis García Meza era entonces comandante del ejército y se sentía todopoderoso, luego de haberse ascendido él mismo al grado de general. Su colega, el coronel Luis Arce Gómez, había hecho desaparecer los archivos del Servicio de Inteligencia del Ejército, para eliminar toda referencia a los abusos cometidos por los regímenes dictatoriales anteriores. Todo el aparato de represión de Banzer se mantenía aún en su lugar y los grupos de paramilitares seguían activos, como ya se verá.

Poco a poco la campaña electoral de la UDP cobraba fuerzas, con la euforia de la democracia reconquistada, y las convocatorias reunían cada vez más gente, al punto que había que cambiar de lugar a medida que el movimiento crecía. Las primeras manifestaciones se hacían en la Garita de Lima y contaban con apenas un centenar de militantes, pero unas semanas después ya reunían a miles, cubriendo completamente la plaza de San Francisco. Incluso los paramilitares que pasaban en motocicletas, lanzando a su paso gases lacrimógenos para dispersar a la gente, no podían disuadir a los participantes, que se quedaban estoicamente a escuchar los discursos. Allí es donde aprendí a combatir el picoteo con antorchas hechas de papel periódico bien enrollado.


En marzo, el padre Luis Espinal, responsable de la edición del periódico izquierdista “Aquí”, fue secuestrado, torturado y asesinado, probablemente por orden de Arce Gómez. Cuando se encontró su cadáver abandonado en una calle del barrio de Achachicala, la indignación popular fue inmensa. La Paz entera había asistido a su entierro y acompañado el ataúd atravesando toda la ciudad, desde el colegio San Calixto hasta el Cementerio General. Había miles de personas, de todas las clases sociales. El pueblo lo proclamó inmediatamente como el santo de los pobres y mártir de la democracia. Si el Vaticano lo hubiera aprobado, Lucho Espinal podía haber sido el primer santo cinéfilo y crítico de cine. Pero no hubo milagros, ni de la parte de San Lucho ni tampoco de parte de Lydia Gueiler, y no hubo esfuerzos muy serios para encontrar los culpables.

El 2 de junio hubo un atentado contra una avioneta que pertenecía a Arce Gómez y transportaba dirigentes de la UDP. Siles Suazo no estaba en la avioneta porque a último momento había decidido no viajar. Federico Álvarez Plata, candidato al Senado, murió en el accidente, así como el piloto y el copiloto. Jaime Paz logró salvarse con vida pero con graves quemaduras de las cuales conserva las cicatrices, a pesar de todas las operaciones reconstructivas que tuvo que soportar. Y eso no fue todo.

El 26 de junio la UDP hacía su cierre de campaña con una concentración masiva en la plaza San Francisco, seguida de una marcha de los participantes a lo largo del Prado, en dirección de la universidad. A la altura del hotel Copacabana, alguien lanzó una granada de guerra hacia los marchistas, a una decena de metras detrás de nosotros. Hubo dos muertos y 48 heridos graves. 

Tres días después, el 29 de junio, tuvieron lugar las elecciones en medio de la calma y la normalidad. La UDP obtenía 507.173 votos, el MNR de Víctor Paz 263.706, la ADN (de derecha nacionalista) 220.309 et el PS1 113.959. Debido a la existencia de múltiples partidos pequeños, la UDP llegaba al 38,74% del sufragio, por lo que no obtenía la mayoría absoluta. Había por lo tanto que esperar la votación del Congreso para saber quién, de los tres primeros, juraría a la presidencia el 6 de agosto. 

Una excursión a Alto de Ánimas

El 17 de julio de 1980 había organizado una salida de campo para los estudiantes de la materia Ecología I en los alrededores de La Paz, para estudiar las cadenas alimentarias en una pequeña laguna de montaña. Habíamos convenido encontrarnos en la parada final del micro Ñ en Chasquipampa, desde donde los llevaría yo en el Fiat celeste, en dos viajes, hasta la laguna de Alto de Ánimas. Cada uno llevaba redes, bocales, palitas, libreta y bolsas de plástico. La laguna estaba mucho menos contaminada de lo que es ahora y tenía bastante agua a pesar del invierno. Incluso había unos pececitos transparentes, que creo que han desaparecido desde entonces. 


Las observaciones iban muy bien y hacíamos una pausa al mediodía para comer algo, cuando pasó una pareja de campesinos que escuchaban su radio al caminar. Se acercaron para avisarnos que había una revolución y combates callejeros en el centro de la ciudad.

Ya temprano en la mañana hubo rumores de un levantamiento militar en Trinidad, pero de acuerdo a los noticieros todo ya estaba controlado, y además Trinidad está bastante lejos de La Paz. Sin embargo ahora, con ocho estudiantes bajo mi responsabilidad, debía asegurarme de que llegaran sanos y salvos a sus casas y no podíamos perder más tiempo.

Sólo me quedaba amontonar a los ocho como sea en el auto para volver a La Paz, subiendo la Avenida del Poeta en contra-flecha porque las demás calles, la Arce y la 6 de agosto, estaban cerradas por tanquetas. Imposible tampoco seguir más allá, porque la UMSA estaba rodeada por barricadas construidas por los universitarios. Después de haber recomendado a mis alumnos que regresen directamente a sus casas sin tratar de participar en el lío, tuve que dar media vuelta y bajar nuevamente por la avenida, en el sentido correcto esta vez. Pude llevar conmigo dos familias con niños pequeños que hacían dedo porque no tenían cómo llegar a la zona sur, pues no había transporte público.  

Luego me parece que fui rápidamente al colegio de los chicos para recogerlos, o quizás ya habían vuelto a pie, no me acuerdo bien. Estaban entonces en el colegio Loretto, en San Miguel, y vivíamos en la calle 4 de Los Pinos, donde habíamos alquilado una casita para poder supervisar de cerca el trabajo de construcción que habíamos empezado en Cota-Cota.

Juan Antonio se encontraba en Argentina por unos días, para asistir a un congreso de economistas. Cuando pudo regresar a Bolivia, había agentes revisando una lista de nombres de indeseados al pie de las escalerillas de los aviones, tanto en Santa Cruz como en La Paz, para apresarlos inmediatamente. Por suerte mi marido no estaba en la lista negra.

Lo que había pasado mientras tanto

A las once de la mañana, mientras estábamos pescando nuestros bichitos, los paramilitares habían tomado las ambulancias de la Caja de Salud y habían entrado a fuerza de ametralladoras en los locales de la Central Obrera Boliviana, donde los dirigentes se encontraban en una reunión de emergencia. La reunión había sido convocada a raíz de los eventos de Trinidad, para planificar la resistencia y defender la débil democracia.


Los paras obligan a los políticos y los dirigentes sindicalistas a bajar por las escaleras hacia la salida, con las manos en la cabeza, prisioneros. Unos pocos  obreros logran escapar y refugiarse en las casas vecinas. Cuando llegan al rellano, uno de los paramilitares descarga su ametralladora sobre Marcelo Quiroga Santa Cruz y Juan Carlos Flores, hermano de una de mis alumnas, Eliana. Juan Carlos muere inmediatamente. Marcelo es mortalmente herido pero aún así, lo llevan al Estado Mayor para torturarlo y cuando muere, los militares hacen desaparecer su cuerpo. Los prisioneros son llevados a las caballerizas de Miraflores, donde se los obliga a acostarse boca abaja en el estiércol, mientras los soldados los apalean y caminan sobre ellos. Simón Reyes es una de las víctimas y contará después lo que padecieron. Treinta y cinco años después, la familia Quiroga sigue buscando los restos de Marcelo sin poder obtener información alguna. 


Otros grupos, también en ambulancias, ocupan el palacio de gobierno. Los ministros de Lydia Gueiler, entre ellos nuestro amigo Salvador Romero, consiguen escapar por el techo de la catedral, sin saber muy bien cómo lo hicieron. La presidenta es arrestada y conducida bajo custodia hasta la residencia de San Jorge. Las radios han sido ocupadas y en muchos casos destruidas, como la radio Fides. Mientras tanto, aviones y tanques atacan a los campamentos mineros. En la tarde García Meza obliga a su prima Lydia a firmar su renuncia a la presidencia, después de echar abajo a patadas la puerta de su dormitorio.

La universidad es ocupada y cerrada. Nuestros animales de laboratorio y los peces de los acuarios mueren por inanición porque no dejan entrar a nadie. Poco después, me despiden junto con todas las autoridades universitarias (era jefe interina de la carrera de biología) y dos estudiantes me acusan alegremente de haber desviado fondos del Instituto de Ecología para financiar la campaña de la UDP. Por suerte esta falsa acusación se esfumó rápidamente.   

La casa de los tres chanchitos


Y el lobo soplaba y soplaba
Pero la casa no derribaba…

Durante el breve periodo democrático, de un poco menos de un año, de los gobiernos de Walter Guevara y Lydia Gueiler, y a pesar de la interrupción de dos semanas causada por el golpe de Natusch en noviembre 1979, hubo una gran ola de alivio y optimismo en el país, que en nuestro caso se había traducida en la construcción de una casa.




Ya habíamos comprado el terreno cuatro o cinco años antes, con la ayuda de un avance de herencia de mis padres. Pertenecía a una pareja que tenía una papelería en la avenida Buenos Aires y una casita de campo en Cota-Cota, con un terreno suficientemente grande para dividirlo en cinco lotes. Cota-Cota todavía era un lugar muy rural, de hecho era un pueblito campesino recién incorporado en la zona urbana. Había muy pocas casas y las vacas, chanchos, gallinas y ovejas paseaban libremente por las calles.


El terreno nos gustaba sobre todo por sus grandes eucaliptos y cipreses y organizábamos allí unos días de campo los domingos, defendiéndonos como podíamos de los enormes perros de la vecina. Fue una buena razón para construir un muro lo antes posible.

Durante mucho tiempo había soñado cómo sería la casa y dibujado planos y perspectivas, con un gran techo pendiente, muchas ventanas, una chimenea y un jardín lleno de árboles. Hablando con nuestra arquitecta, Marta Torres, nos pusimos rápidamente de acuerdo. Lucho Aguilar, un ingeniero formado en Suiza y amigo de mi cuñado Rolando, había hecho los planes de estructura, sanitarios y eléctricos. Pedro Ergueta, otro amigo ingeniero con especialidad de la universidad de Lieja, en Bélgica, iba a supervisar la obra y conseguir los albañiles. Nuestros amigos pusieron manos a la obra para hacer realidad mis sueños.  

Con nuestros ahorros y los dos salarios, no teníamos necesidad de prestarnos del banco. Los materiales y la mano de obra eran mucho más baratos que ahora y logramos pagar los gastos cada sábado, a medida de los avances de la obra. Además, para ahorrar, nos ocupábamos de la supervisión cotidiana y del transporte de las bolsas de cemento y de una parte de los ladrillos y las tejas.  

El maestro albañil, Cecilio Ticona, era todo un personaje, muy digno y con mucha experiencia. Trabajaba con su hermano menor, Evaristo, y dos obreros más, cuyos nombres no me acuerdo porque eran menos originales, digamos Pedro y Juan. Se pueden contar muchas anécdotas acerca de la construcción, más que todo relacionadas con el hablar sabroso del maestro Ticona, por ejemplo cuando nos hacía confundir los camiones de arena y de harina.

Él nos ayudó enormemente al encontrar las tablas de pino que forman todo el techo de la casa y que provenían de las grandes cajas en las que se habían importado los vidrios ray-ban para las “magres” que hacían construir entonces el asilo San Ramón en Achumani. El único problema con esas tablas es que había que lijar las letras impresas en la madera, trabajo del que me encargué.

Mi suegro nos había regalado todas las grandes vigas para la estructura, que provenían de un terreno que tenía en el Chapare y donde hacía engordar unos novillos. También nos regaló el machimbre para los pisos y después, cuando ya no nos quedaba un centavo, los marcos de las ventanas y las puertas. El resultado es que nuestra “cabañita”, como la llamaba Marta Torres, está llena de madera, lo que le da un ambiente un poco rústico pero muy acogedor.
 


A fines de julio de 1980, la obra gruesa estaba más o menos acabada. A consecuencia del golpe de García Meza, las universidades fueron intervenidas y cerradas, por lo que  Juan Antonio y yo nos quedamos sin trabajo y por lo tanto sin sueldo. Seguir costeando la construcción se volvió problemático, pero nos convenía terminar lo antes posible para no seguir pagando alquileres. Por otro lado, tenía ahora mucho tiempo para supervisar al plomero y al electricista, y pasaba todo el día en la construcción.


Mientras tanto, Juan Antonio hacía consultorías internacionales en Santo Domingo y otros lados, lo que nos permitía continuar. Comíamos fideo seis días a la semana y mi colega alemana Erika Gueiger nos prestó plata sin interés para comprar los vidrios. Finalmente tuvimos que vender el auto, que nos había servido tanto como camión de carga, para hacer los últimos trabajos indispensables.

Cuando nos trasladamos a la casa en mayo de 1981 había electricidad, pero no teníamos agua corriente ni teléfono. Al principio íbamos a buscar agua en dos grandes bidones donde Doña Rosa, la vecina de la esquina del frente. Pero era nuestra casa, y estábamos felices. 

Pocas semanas después nos confirmaron la invitación de la Universidad de Boston para pasar dos años en Estados Unidos, donde Juan Antonio iba a trabajar en el Centro de Investigación para el Desarrollo Latino-americano (CLADS) y donde me habían admitido para hacer la Maestría en ecología, comportamiento y evolución en el Departamento de Biología.


 

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