Cuando íbamos a visitar a mi abuela, todos los domingos después de la
misa, la encontrábamos sentada en un alto sillón muy recto, debido a su
avanzado reumatismo que casi no la dejaba moverse. El sillón estaba cubierto de
una tapicería a medio punto cruz, con un fondo negro y unas grandes rosas
rosadas y rojas. Si me acuerdo bien, era una obra de mi mamá, pero por supuesto
me puedo equivocar.
Nos gustaba mucho visitar la enorme casa, de la cual sólo una pequeña
parte era habitada, y donde nos perdíamos por los cuartos con toda la bandada
de primos, mientras los adultos tomaban un oporto con la abuela, en el pequeño
salón cuyas ventanas daban a la plaza central de Lokeren, una pequeña ciudad al
norte de Gante, sobre el río Escalda.
A nosotros, los nietos, nos mandaban a jugar a un cuartito, donde había
un armario viejo lleno de juegos antiguos e incompletos, pero preferíamos
corretear por la casa y el jardín, a pesar de las protestaciones de la
cocinera. En los dormitorios de arriba había todavía unas antiguas camas de
madera con su colchón de lana, tan altas que apenas podíamos subir en ellas, y
cómodas de caoba con grandes cajones vacíos.
El jardín de la casa merece por cierto un dibujo especial, con su gran
muro cubierto de hiedra, un pequeña estanque con peces dorados, el depósito de
juguetes, con zancos, triciclos, patinetas y carritos, todo de madera, y el
invernadero con viñas que nunca llegaron a dar una sola uva. Había también un
león, no me acuerdo si era de bronce, de yeso o de cemento, sobre el cual solíamos
cabalgar.
Me encantaba explorar la antigua cervecería de mi abuelo, fallecido antes de mi nacimiento. Las construcciones al fondo del jardín estaban vacías y abandonadas hace mucho tiempo. Los grandes tanques de cobre para la fermentación fueron requisicionados por los alemanes para fundir balas y cañones durante la guerra y sólo quedaban algunas poleas y correas de cuero que habían servido para hacer girar las máquinas, también desaparecidas juntas con el motor principal. Pero el ambiente persistía y con un poco de esfuerzo, uno podía imaginar el ajetreo de antaño cuando la cervecería aún funcionaba.
Cuando mi abuela festejó sus ochenta años, la familia se reunió en el
gran comedor que siempre estaba cerrado con llave y se había sacado de los
armarios la preciosa vajilla rosada y verde para los numerosos comensales.
Durante la tarde la cumpleañera fue llevada al jardín y todos los nietos habían
presentado alguna obrita, canción o recitación, como se hace a menudo en estas
circunstancias.
Algunos nietos, de izquierda a derecha: Cécile, Tiennot, François, Marthe, Guido, mi abuela, Christine, Bernadette, Véronique (?), Charles, Luc, Paul (?) |
Poco después de esta gran reunión familiar, mi abuela se vio confinada a
la cama, debido a una fractura de cadera. Se había caído al levantarse
bruscamente, para dar la bienvenida a su hijo Antoine y su esposa, que llegaban
del Congo. Por mala suerte, según cuenta mi tía Crico, se apoyó en una mesita
con ruedas que se le escapó. Lo único que podía hacer después del accidente era
seguir la misa del domingo en su televisor en blanco y negro (no le interesaban
los otros programas), o bordar manteles destinados a regalos de boda de mis
primas mayores.
Primos y tíos
Quién sabe es un buen momento para presentarles
mis numerosos tíos y primos del lado de mi mamá. Para el Año Nuevo de 1950, mi
tía Agnes había regalado a mi abuela (Julia Cauwe, viuda de Georges Rubbens)
una acuarela hecha por ella y donde aparecemos casi todos, excepto los tres más
pequeños que nacieron después. Había juntado fotos de sus sobrinos y como
pueden ver, nuestras cabezas aparecen pegadas en el cuadro. Luego alguien se
preocupó de sacar una foto de la obra y las copias fueron repartidas en la
familia.
Como ya les conté, mi abuela Julia vivía en la
pequeña ciudad de Lokeren, pero ella era originaria de Brujas. Mi abuelo
Georges, que no conocí, tenía una cervecería, como existían muchas por ese
entonces en Bélgica. Tenían seis hijos adultos y tendrían 30 nietos.
Los padres de estos niños no aparecen en el
dibujo, pero para completar la información, les trataré de explicar quienes
eran. Georges Rubbens, del mismo nombre que su padre, era el mayor de mis tíos
maternos, casado con Maggy Wilford. Vivían en Lokeren, donde mi tío tenía una
fábrica de fieltre para sombreros. Lo intrigante es que exportaba el fieltre de
pelo de conejo hacia La Paz, Bolivia, donde uno de nuestros amigos, Ramón Rada,
lo transformaba en sombreros. El mundo es pequeño. Tenían cuatro hijos y un poodle negro, que comía
en la mesa con los invitados, sentado en una silla alta de bebé, y provisto de un
coqueto babero.
El tío Antoine era abogado y pasó buena parte
de su vida en el Congo, más precisamente en Elisabethville, en la provincia
Katanga, antes de la independencia. Estaba casado con Liva Ryffranck y no
tenían hijos. Después de 1960 se establecieron varios años en Kinshasa, donde
Antoine enseñaba en la nueva universidad de Lovanium, y luego en Bruselas,
donde también era profesor de derecho. La única referencia que he podido
encontrar de él son dos libros que publicó, uno como editor, “L’essor du Congo”
en 1945, el otro como autor, “Le droit judiciaire congolais” de 1960.
Mi madre Elisabeth (Lili), casada con Etienne
Belpaire, vivía en San Nicolás (Sint Niklaas), y tenían ocho hijos. Etienne era
dueño de una fábrica de estufas y cocinas a carbón, que luego se modernizó para
producir electrodomésticos, o por lo menos montarlos. Ya les hablé de la
fábrica y les hablaré más de mis padres.
Marie-Thérèse (Mimi), casada con Emile Verstraeten,
vivía en Terneuzen, en Zelandia (Países Bajos), no muy lejos de la frontera con
Bélgica. Su marido hacía el comercio en grande de carbón. Mimi tuvo una hermanita
gemela, Marie-Rose, que murió cuando tenía pocos meses. Los primos holandeses
eran también numerosos, con una sola hija, me parece que era la mayor, y seis
chicos.
Christine (Crico) y René Gottigny vivían en Audenarde,
donde mi tío René era socio de la textilera Gevaco, una fábrica de larga
tradición. Tenían cuatro hijas. Audenarde se encuentra a unos 40 km al sur de
Gante, en Flandes Oriental. La tía Crico es la única sobreviviente de esta
generación y festejará su centenario en febrero 2015.
El menor de los hermanos, Joseph, era casado
con una francesa, Yvonne Sabatier. En 1950 vivían todavía en Lokeren, pero iban
a trasladarse pronto hacia el Sur de Francia, cerca de Saint Tropez en la Costa
Azul. Tendrían dos niñas y dos niños.
El mayor de mis primos, Loulou (Louis-Claude)
es hijo de mi tía Denise Rubbens, casada con Willy Herbert. Denise había
fallecido mientras esperaba un segundo hijo. La segunda esposa del tío Willy, la
tía Agnes, es la autora de la acuarela que estoy comentando. También vivían cerca de
Lokeren.
Faltan en la ilustración: Marthe Belpaire,
Guido Verstraeten y Georgie Rubbens, ese último hijo de los tíos Joseph et
Yvonne, los que no habían nacido todavía.
La acuarela representa el gran comedor de la
casa de mi abuela, que sólo se abría para las ocasiones muy especiales. Nadie se
acuerda si realmente había una chimenea y un árbol de Navidad para el Año Nuevo
de 1950, o si salieron de la imaginación de mi tía, pero estoy segura de los
paneles de madera en las paredes. Lamentablemente, no hay una representación
similar de mis primos del lado paterno. En cambio, existe mucha más información genealógica
acerca de los antepasados Belpaire, que trataré en otro capítulo.
En todo caso, se ve que mi hermana Anne está
leyendo una carta de felicitaciones que, para nuestra suerte, lleva la fecha,
que Jacquot ha traído bulbos de jacintos en flor, y que François y Nénette se
preparan a cantar alguna canción de circunstancia. Los demás niños parecen
pasarla bien con sus juguetes, sin preocuparse mucho de ceremonias. Algunos de los
mayores rodean a la abuela, posiblemente interesados en la bolsa de monedas que
sostiene y de la cual saldrán sus propinas.
Ésta es la lista:
1. Pierrette Belpaire†
2. Guusje Verstraeten
3. Marie-France
Rubbens (hija del tío Joseph)
4. Bernadette Gottigny
5. Véronique Gottigny
6. Marie-Christine (Poes)
Gottigny
7. Martine Gottigny
8. François Belpaire
9. Marie-Antoinette
(Nénette) Belpaire
10. Anne Belpaire
11. Jacques (Jacquot)
Belpaire
12. Paul Verstraeten
13. Cécile Belpaire
14. Anne-Marie Rubbens
(hija del tío Joseph)
15. Etienne (Tiennot)
Belpaire
16. Charles Rubbens (hijo
del tío Georges)
17. Marc Verstraeten
18. Pierrot Rubbens (hijo
del tío Joseph)
19. Luc Verstraeten
20. Christine Belpaire
21. Mi abuela Julia
Rubbens-Cauwe
22. Marie-Claire
Rubbens (hija del tío Georges)
23. Frans Verstraeten
24. Louis-Claude
(Loulou) Herbert
25.
Denise Rubbens (hija
del tío Georges)
26.
Jean Rubbens (hijo
del tío Georges)
27. Monique Rubbens (hija
del tío Joseph)
En cuanto a anteriores generaciones de los Rubbens y los Cauwe, encontré
muy poca información. Aparecen en los sitios de genealogía en internet los nombres de mis bisabuelos, Emile
“Ernest” Cauwe (Brujas, 1845-1908) y Romanie “Rosalie” Marie-Louise De Buck (Brujas,
1850-¿?). También se mencionan los hermanos de mi abuela Julia y sus
respectivos conyugues. Las fechas son incompletas. Nadie parece haber tenido
mucho interés en indagar más allá. Me intriga el hecho que mis bisabuelos no
usaban sus nombres de pila, sino otros diferentes, Ernest y Rosalie en vez de Emile y Romanie.
Julia (1876-1960) y Ernestine (Titine) Cauwe (1875-1945?), retratadas por un cierto pintor Duijk en 1886. |
La hermana de mi abuela Julia, tante Titine,
tenía un año más que ella y era la más bonita de las dos, como se puede ver en
sus retratos de niñas. Los retratos se encontraban
en familias diferentes y fueron reunidos por mi madre recién alrededor del año 2000,
como resultado de herencias complicadas. Actualmente se encuentran en mi casa, un largo viaje para estas dos señoritas de Brujas.
No tuve la suerte de conocer esa tía abuela, pero ella era famosa en la familia por llevar siempre un paraguas, de manera a asegurarse que no iba a llover cuando quería pasear, y porque, según mi madre, desayunaba con zumo de limón, o incluso unas cucharadas de vinagre, para mantener la línea. Quizás debería haber hecho lo mismo.
No tuve la suerte de conocer esa tía abuela, pero ella era famosa en la familia por llevar siempre un paraguas, de manera a asegurarse que no iba a llover cuando quería pasear, y porque, según mi madre, desayunaba con zumo de limón, o incluso unas cucharadas de vinagre, para mantener la línea. Quizás debería haber hecho lo mismo.
Por lo que me acuerdo, la familia Cauwe era tremendamente
católica, con muchos curas, monjas y solteronas. Alguno de los primos de mi
madre que llegué a conocer era misionero franciscano en China, otro un párroco
próspero con tremendo Chevrolet en Estados Unidos, que un día nos mostró
orgulloso las diapositivas de su auto y de su parroquia, jactándose de las
generosas limosnas que recibía de sus feligreses; un tercero me parece que era padre domínico, otra hermana era monja.
Otra prima de mi madre, Marie Jeanne, pasaba a
menudo temporadas en la casa. Tenía un ojo de vidrio y un pie zambo, por lo que
caminaba apenas y con bastón. Su hermana Marta Cauwe era la única casada de
esta familia de seis hermanos y ella solita aseguró la descendencia con ocho o
nueve vástagos. No conozco el apellido de su esposo, para saber que fue de
ellos.
Una referencia interesante al nombre Cauwe que encontré al buscar en el internet es la de una marca artesanal de cervezas en Brujas, que alardea haber recuperado una antigua receta con este nombre y que tiene el dibujo de un pajarraco en la etiqueta (Cauwe significa cuervo). No sé si existe alguna relación con la familia de mi abuela.
Tampoco puedo saber si ella habrá conocido su marido en un baile de beneficencia, organizado por la liga de cerveceros flamencos a fines del siglo 19. No sería imposible imaginarselo.
Sin embargo en otro sitio web consultado después, encuentro que la
cerveza Triple Cauwe se fabrica desde hace mucho tiempo en la abadía de Silly,
lo que por supuesto invalida mi hipótesis. Habría que investigar un poco más.
Por el lado de mi abuelo Georges Rubbens, me hubiera gustado mucho ser descendiente del pintor, pero no pudo ser. En todo caso me parezco un poco a sus modelos, por lo menos vista desde atrás. Pedro Pablo Rubbens (1577-1640) latinizó su nombre eliminando una “b” después de su viaje a Italia, convirtiéndose en Pietro Paolo Rubens.
A pesar de haber tenido siete hijos (tres con Isabel Brant
y cuatro con Elena Froument, en total cuatro varones y tres mujeres) no dejó
descendencia que pudiese mantener el nombre. La descendencia masculina del
pintor termina con la muerte de Alejandro Rubbens, su nieto. Por lo tanto son
sus hijas y nietas quienes, bajo otros apellidos, aseguraron su linaje. En 2004
se hizo un recuento y se encontraron en Bélgica 457 personas con el apellido
Rubens o Rubbens, pero ninguno con relación de ascendencia con el pintor.
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