Un aniversario del Banco Central
El 20 de julio de
2003, el Banco Central de Bolivia festejaba su aniversario número 75. Como cada
año, el directorio del banco y su presidente quisieron aprovechar esa ocasión
para hacer conocer el trabajo realizado, publicando no sólo los resultados
financieros obtenidos, sino divulgando también su aporte a la cultura, gracias
a la Fundación Cultural del BCB, activa desde 1997.
Recordemos
que el banco había sido fundado por el presidente Hernando Siles en 1928 con el
nombre de “Banco de la Nación Boliviana” y ocupaba en esas épocas el precioso
edificio en la esquina de las calles Ayacucho y Mercado, actualmente utilizado
por la Vicepresidencia del Estado Plurinacional. El Banco Central actual es el
gran edificio moderno en la otra esquina, justo al frente. Según una brillante
estudiante de economía “se llama Banco Central porque se encuentra en el centro
de la ciudad”.
En mi opinión, este inmueble
de concreto es mucho menos agraciado que el del antiguo banco. Su gran masa
gris sobresale por encima de los otros edificios de La Paz, algo así como en
una clase, el dedo de un alumno que pide permiso para usar el baño. En cambio,
la vista desde la oficina de su presidente, en el piso 25, es absolutamente
increíble.
Desde los grandes
ventanales que ocupan tres lados de la presidencia, se puede ver casi toda la
ciudad que se extiende al pie del Illimani, y cuando uno se acerca al vidrio y
mira hacia abajo, puede seguir el hormigueo de los peatones en la calle, los
embotellamientos sin fin de los carros de todo tipo, los vendedores callejeros
que ofrecen chicles y plaquetas desodorantes a los choferes de los taxis, y las
enormes bolsas de pasancalles que circulan en carretilla, haciéndose campo
entre la gente.
Allí arriba moraba
Juan Antonio desde 1995, rodeado de la veneración de sus dos secretarias, sus
dos choferes, su jefe de protocolo y sus guardaespaldas.
Como presidente del Banco
Central, mi marido había contribuido a la aprobación por el congreso, el 31 de
octubre de 1995, de la ley que daría institucionalidad e independencia al
banco. Ya libre de toda presión política, el banco podía ahora dedicarse a
cumplir mejor su mandato de controlar la inflación y garantizar la estabilidad
económica de Bolivia. El resultado se iba a notar durante las crisis
financieras de México, Brasil y Argentina a fines de los años noventa, las que
afectaron muy poco a Bolivia, a pesar de las dificultades políticas vividas por
los sucesivos gobiernos de Hugo Banzer (1997-2002) y Tuto Quiroga (2002) y durante
ambos periodos de Sánchez de Lozada (1993-1997 y 2003).
Para festejar el
aniversario del banco tuvieron lugar varias actividades, en particular una
exposición en el Museo Nacional de Arte de las 33 pinturas coloniales, donadas
por el banco ya en 1961, cuando el museo todavía pertenecía al Ministerio de
Educación, pero ahora restauradas por la Fundación Cultural del Banco.
También hubo la emisión de un sello postal rememorando los 75 años y por supuesto un día deportivo en el Club Naviana, amenizado con un concurso de bailes folklóricos organizado por los empleados.
A pesar del jubileo,
las festividades fueron más discretas que otros años. En 2001 por ejemplo, la
fiesta había comenzado con un concierto durante el cual la orquesta sinfónica
nacional tocó la Séptima de Beethoven, bajo la conducción del maestro David
Haendel. El auditorio del Banco Central estaba repleto, con la presencia de
todas las autoridades del gobierno nacional y municipal, los embajadores y
representantes de los organismos internacionales, además de los empleados del
banco y sus familias.
El año 2003 fue, a
partir del mes de febrero, un año de extremas tensiones políticas y sociales,
lo que explicaba sin duda un festejo más modesto. La situación se complicaría
mucho más todavía en septiembre y octubre, como ya lo saben, pero esto no se
podía prever en el mes de julio. Durante los festejos, me imagino que Juan
Antonio estaba ponderando las dificultades pasadas y los obstáculos vencidos
desde su nominación al directorio y luego a la presidencia del banco.
Las
crisis bancarias sucesivas entre 1994 y 1997 habían obligado a cerrar, fusionar
o vender varios bancos privados, tratando de reducir el daño causado a los
ahorristas. En 1998 y varias veces después, el nerviosismo del público había
causado corridas bancarias, cada vez que tenía lugar una elección presidencial
(como en 2002), un levantamiento popular o un motín de la policía (como en los
años 2000 y 2003).
El esfuerzo logístico para hacer llegar los billetes
necesarios para satisfacer la demanda en todas las sucursales de bancos del
país y las declaraciones indispensables para eliminar el pánico fueron
impresionantes. Durante algunas semanas, yo veía más a mi esposo en la pantalla
de la televisión que en la casa. Juan Antonio cuenta también algo de esto en su
libro “La Política Económica Boliviana 1982-2010” (Ed. Plural 2012).
Entre
los grandes éxitos obtenidos, habría que mencionar el perdón de las deudas
bilaterales y con los organismos financieros internacionales (HPIC1 en 1996 et
HPIC2 en 2001). La estabilidad y la seriedad del Banco Central de Bolivia
facilitaron estas operaciones e iban a permitir a Bolivia comenzar con buen pie
una nueva etapa, o por lo menos esto era la esperanza.
La Fundación Cultural
Otro gran logro del
Banco Central es su fundación cultural. Durante toda su existencia, desde su
fundación en 1928, se le había encomendado al banco la salvaguardia del
patrimonio artístico e histórico de Bolivia, y no solamente de sus billetes y
su oro. Debido a la pobreza crónica del Estado, el banco era probablemente la
única institución nacional con la suficiente estabilidad y con los recursos necesarios
para asegurar su buena conservación.
Es así como la Casa de la Libertad, el Archivo Histórico y la Biblioteca Nacional, en Sucre; la Casa de la Moneda de Potosí, donde se acuñaban las monedas de plata, que irían a enriquecer España si no eran antes robadas por los piratas ingleses y holandeses; el Museo de Etnografía y Folklore y más tarde el Museo Nacional de Arte, se refugiaban bajo la custodia del Banco Central. Todos estos museos se encontraban en un estado bastante precario, y necesitaban con urgencia de cuidados intensivos.
Es así como la Casa de la Libertad, el Archivo Histórico y la Biblioteca Nacional, en Sucre; la Casa de la Moneda de Potosí, donde se acuñaban las monedas de plata, que irían a enriquecer España si no eran antes robadas por los piratas ingleses y holandeses; el Museo de Etnografía y Folklore y más tarde el Museo Nacional de Arte, se refugiaban bajo la custodia del Banco Central. Todos estos museos se encontraban en un estado bastante precario, y necesitaban con urgencia de cuidados intensivos.
A Juan Antonio, muy
interesado en todo lo que es cultura, le parecía sin embargo que los banqueros
no son necesariamente las personas más calificadas para ser conservadores de
museos y que sería mejor encomendar esta tarea a profesionales entendidos en esos
quehaceres. Como parte de la nueva Ley de Bancos se creó por lo tanto una
Fundación Cultural, con un directorio formado por personalidades prestigiosas
del mundo cultural, para administrar mejor estas instituciones, tan importantes
para la conservación del patrimonio nacional.
El Banco Central
seguiría financiando sus actividades con un aporte importante a su presupuesto
anual. Con esta contraparte, la fundación pudo conseguir también otras
donaciones considerables. Los resultados del arreglo fueron espectaculares y se
puede decir sin miedo que causó una especie de “Renacimiento” de la vida
cultural en Bolivia, gracias a las múltiples actividades de la fundación y de
sus dependencias.
El personal de las
instituciones culturales tenía ahora un alto nivel profesional y disponía de
los medios necesarios para progresar. Las construcciones nuevas del archivo y
la biblioteca de Sucre, la restauración completa de la Casa de la Moneda, las
ampliaciones de los dos museos de La Paz, que iban a triplicar su superficie,
eran confiadas a los mejores arquitectos con resultados impresionantes. Las
exposiciones de arte contemporáneo y colonial, los conciertos, las conferencias
y los congresos internacionales eran permanentes y de gran calidad.
La conservación y la
restauración de documentos históricos, libros antiguos, cuadros coloniales,
monumentos, imágenes religiosas, cerámicas precolombinas, máscaras, textiles,
arte plumario tradicional, estaban encargados a jóvenes técnicamente formados
para estos trabajos y el inventario del patrimonio progresaba rápidamente. Al
mismo tiempo, las visitas del público a los museos aumentaban, y ya no iban a
verlos solamente los turistas extranjeros.
Un triste febrero
El mes de febrero de este
año 2003 había sido desastroso. El 9 de este mes Goni Sánchez de Lozada quiso
instaurar un nuevo impuesto al ingreso de las personas, cosa que por supuesto
le cayó muy mal a la opinión pública. En forma particular los policías, a pesar
de que no les afectaba en nada este impuesto, que iba dirigido a personas con
ingresos mayores a sus propios magros salarios, lo tomaron como pretexto para
rebelarse. El 11 de febrero, instigados por un ex mayor con ambiciones
políticas, David Vargas, se amotinaron encerrándose en sus cuarteles, pidiendo
aumentos salariales y cambios en las estructuras de comando.
En la mañana del 12
de febrero, los profesores trotskistas habían organizado una de sus marchas
habituales y los chicos desocupados del colegio Ayacucho, aprovechando la
ausencia de los paquitos en las calles, decidieron ir a tirar piedras contra la
fachada y las ventanas del Palacio de Gobierno. Los Colorados de la guardia
presidencial respondieron con gases lacrimógenos para alejar los vándalos, pero
fueron respondidos en los mismos términos, con gases, por los policías
emboscados al otro lado de la Plaza Murillo, en el techo del cuartel de la
calle Junín.
Muy pronto se pasó de
los gases a otros proyectiles. Como los dos lados estaban armados, las balas
silbaban cruzando la plaza, causando muertos y heridos, además de impactar en
los vidrios del Palacio Quemado y en el respaldar del sillón presidencial. Una de
estas balas se alojó en la quijada de una joven enfermera que trataba de levantar
los heridos e ingresarlos a una ambulancia. Llegaban refuerzos de los dos
lados, tanto pacos como milicos, y la batalla seguía, cada vez más rabiosa.
Durante esta jornada
de glorioso combate entre nuestras fuerzas armadas, el vandalismo reinaba en
toda la ciudad. La gente, sobre todo algunos jóvenes fuera de control, incendió
el Ministerio de Trabajo, después el Ministerio de Desarrollo Sostenible,
solamente porque estaba al paso, luego las sedes de los partidos MNR y MIR, y
finalmente el Tribunal Militar y el edificio de la vicepresidencia.
En la intersección
entre las calles Ayacucho y Mercado ardía una enorme fogata alimentada con los
muebles, los papeles y las computadoras, que los forajidos botaban por las
ventanas del segundo piso; también ardían las preciosas salas de reunión de la
planta baja y sus muebles de madera tallada.
Por suerte, los
archivos históricos del Congreso que se encuentran en la vicepresidencia fueron
defendidos por algunos estudiantes de historia de la UMSA que estaban
trabajando allí, y que evitaron con enorme valentía el progreso del fuego y el
ingreso de los vándalos. Pudieron salvar así la documentación invalorable del
archivo, con la ayuda de algunos guardias que se habían mantenido en sus
puestos y algunos policías del Banco Central, justo al frente.
Los empleados
públicos que trabajaban en Palacio y en los ministerios fueron evacuados con
urgencia. Juan Antonio, quien podía seguir todos los acontecimientos desde sus
ventanas, fue obligado por la seguridad a escapar por la puerta de garaje del
banco, después de haberse afeitado la barba y disfrazado con el uniforme de un
obrero de la limpieza para no ser reconocido.
La misma noche el populacho
aprovechó la ausencia de los policías para vaciar varias tiendas en la avenida
Buenos Aires, y al día siguiente el desorden se extendió hacia El Alto. Si me acuerdo
correctamente, fue ese día que algunos “revolucionarios” decidieron atacar la
imperialista fábrica de coca-cola con sus viejos fusiles Mauser de la guerra
del Chaco. Otros más pragmáticos aprovecharon el momento para entrar a los
depósitos de la aduana y recuperar la mercancía de contrabando que les habían
decomisado anteriormente. El ejército intervino, sumando once muertos más a los
dieciséis de la víspera.
El presidente ya no tenía
opción: retiró el proyecto de impuesto sobre ingresos, cambió el gabinete de
ministros y decretó un aumento de salarios significativo para la policía, y sin
duda para el ejército también. Todo volvió a la normalidad, pero la situación de
mantenía muy tensa y la paz alcanzada no duraría mucho.
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