jueves, 23 de octubre de 2014

Un aniversario



Un aniversario del Banco Central

El 20 de julio de 2003, el Banco Central de Bolivia festejaba su aniversario número 75. Como cada año, el directorio del banco y su presidente quisieron aprovechar esa ocasión para hacer conocer el trabajo realizado, publicando no sólo los resultados financieros obtenidos, sino divulgando también su aporte a la cultura, gracias a la Fundación Cultural del BCB, activa desde 1997.

Recordemos que el banco había sido fundado por el presidente Hernando Siles en 1928 con el nombre de “Banco de la Nación Boliviana” y ocupaba en esas épocas el precioso edificio en la esquina de las calles Ayacucho y Mercado, actualmente utilizado por la Vicepresidencia del Estado Plurinacional. El Banco Central actual es el gran edificio moderno en la otra esquina, justo al frente. Según una brillante estudiante de economía “se llama Banco Central porque se encuentra en el centro de la ciudad”. 

En mi opinión, este inmueble de concreto es mucho menos agraciado que el del antiguo banco. Su gran masa gris sobresale por encima de los otros edificios de La Paz, algo así como en una clase, el dedo de un alumno que pide permiso para usar el baño. En cambio, la vista desde la oficina de su presidente, en el piso 25, es absolutamente increíble. 

Desde los grandes ventanales que ocupan tres lados de la presidencia, se puede ver casi toda la ciudad que se extiende al pie del Illimani, y cuando uno se acerca al vidrio y mira hacia abajo, puede seguir el hormigueo de los peatones en la calle, los embotellamientos sin fin de los carros de todo tipo, los vendedores callejeros que ofrecen chicles y plaquetas desodorantes a los choferes de los taxis, y las enormes bolsas de pasancalles que circulan en carretilla, haciéndose campo entre la gente. 



Allí arriba moraba Juan Antonio desde 1995, rodeado de la veneración de sus dos secretarias, sus dos choferes, su jefe de protocolo y sus guardaespaldas.

Como presidente del Banco Central, mi marido había contribuido a la aprobación por el congreso, el 31 de octubre de 1995, de la ley que daría institucionalidad e independencia al banco. Ya libre de toda presión política, el banco podía ahora dedicarse a cumplir mejor su mandato de controlar la inflación y garantizar la estabilidad económica de Bolivia. El resultado se iba a notar durante las crisis financieras de México, Brasil y Argentina a fines de los años noventa, las que afectaron muy poco a Bolivia, a pesar de las dificultades políticas vividas por los sucesivos gobiernos de Hugo Banzer (1997-2002) y Tuto Quiroga (2002) y durante ambos periodos de Sánchez de Lozada (1993-1997 y 2003).

Para festejar el aniversario del banco tuvieron lugar varias actividades, en particular una exposición en el Museo Nacional de Arte de las 33 pinturas coloniales, donadas por el banco ya en 1961, cuando el museo todavía pertenecía al Ministerio de Educación, pero ahora restauradas por la Fundación Cultural del Banco. 



También hubo la emisión de un sello postal rememorando los 75 años y por supuesto un día deportivo en el Club Naviana, amenizado con un concurso de bailes folklóricos organizado por los empleados.


A pesar del jubileo, las festividades fueron más discretas que otros años. En 2001 por ejemplo, la fiesta había comenzado con un concierto durante el cual la orquesta sinfónica nacional tocó la Séptima de Beethoven, bajo la conducción del maestro David Haendel. El auditorio del Banco Central estaba repleto, con la presencia de todas las autoridades del gobierno nacional y municipal, los embajadores y representantes de los organismos internacionales, además de los empleados del banco y sus familias. 



El año 2003 fue, a partir del mes de febrero, un año de extremas tensiones políticas y sociales, lo que explicaba sin duda un festejo más modesto. La situación se complicaría mucho más todavía en septiembre y octubre, como ya lo saben, pero esto no se podía prever en el mes de julio. Durante los festejos, me imagino que Juan Antonio estaba ponderando las dificultades pasadas y los obstáculos vencidos desde su nominación al directorio y luego a la presidencia del banco. 



Las crisis bancarias sucesivas entre 1994 y 1997 habían obligado a cerrar, fusionar o vender varios bancos privados, tratando de reducir el daño causado a los ahorristas. En 1998 y varias veces después, el nerviosismo del público había causado corridas bancarias, cada vez que tenía lugar una elección presidencial (como en 2002), un levantamiento popular o un motín de la policía (como en los años 2000 y 2003). 

El esfuerzo logístico para hacer llegar los billetes necesarios para satisfacer la demanda en todas las sucursales de bancos del país y las declaraciones indispensables para eliminar el pánico fueron impresionantes. Durante algunas semanas, yo veía más a mi esposo en la pantalla de la televisión que en la casa. Juan Antonio cuenta también algo de esto en su libro “La Política Económica Boliviana 1982-2010” (Ed. Plural 2012).



Entre los grandes éxitos obtenidos, habría que mencionar el perdón de las deudas bilaterales y con los organismos financieros internacionales (HPIC1 en 1996 et HPIC2 en 2001). La estabilidad y la seriedad del Banco Central de Bolivia facilitaron estas operaciones e iban a permitir a Bolivia comenzar con buen pie una nueva etapa, o por lo menos esto era la esperanza.



La Fundación Cultural


Otro gran logro del Banco Central es su fundación cultural. Durante toda su existencia, desde su fundación en 1928, se le había encomendado al banco la salvaguardia del patrimonio artístico e histórico de Bolivia, y no solamente de sus billetes y su oro. Debido a la pobreza crónica del Estado, el banco era probablemente la única institución nacional con la suficiente estabilidad y con los recursos necesarios para asegurar su buena conservación. 

Es así como la Casa de la Libertad, el Archivo Histórico y la Biblioteca Nacional, en Sucre; la Casa de la Moneda de Potosí, donde se acuñaban las monedas de plata, que irían a enriquecer España si no eran antes robadas por los piratas ingleses y holandeses; el Museo de Etnografía y Folklore y más tarde el Museo Nacional de Arte, se refugiaban bajo la custodia del Banco Central. Todos estos museos se encontraban en un estado bastante precario, y necesitaban con urgencia de cuidados intensivos.  

A Juan Antonio, muy interesado en todo lo que es cultura, le parecía sin embargo que los banqueros no son necesariamente las personas más calificadas para ser conservadores de museos y que sería mejor encomendar esta tarea a profesionales entendidos en esos quehaceres. Como parte de la nueva Ley de Bancos se creó por lo tanto una Fundación Cultural, con un directorio formado por personalidades prestigiosas del mundo cultural, para administrar mejor estas instituciones, tan importantes para la conservación del patrimonio nacional. 


El Banco Central seguiría financiando sus actividades con un aporte importante a su presupuesto anual. Con esta contraparte, la fundación pudo conseguir también otras donaciones considerables. Los resultados del arreglo fueron espectaculares y se puede decir sin miedo que causó una especie de “Renacimiento” de la vida cultural en Bolivia, gracias a las múltiples actividades de la fundación y de sus dependencias.


El personal de las instituciones culturales tenía ahora un alto nivel profesional y disponía de los medios necesarios para progresar. Las construcciones nuevas del archivo y la biblioteca de Sucre, la restauración completa de la Casa de la Moneda, las ampliaciones de los dos museos de La Paz, que iban a triplicar su superficie, eran confiadas a los mejores arquitectos con resultados impresionantes. Las exposiciones de arte contemporáneo y colonial, los conciertos, las conferencias y los congresos internacionales eran permanentes y de gran calidad. 


La conservación y la restauración de documentos históricos, libros antiguos, cuadros coloniales, monumentos, imágenes religiosas, cerámicas precolombinas, máscaras, textiles, arte plumario tradicional, estaban encargados a jóvenes técnicamente formados para estos trabajos y el inventario del patrimonio progresaba rápidamente. Al mismo tiempo, las visitas del público a los museos aumentaban, y ya no iban a verlos solamente los turistas extranjeros.    



Un triste febrero


El mes de febrero de este año 2003 había sido desastroso. El 9 de este mes Goni Sánchez de Lozada quiso instaurar un nuevo impuesto al ingreso de las personas, cosa que por supuesto le cayó muy mal a la opinión pública. En forma particular los policías, a pesar de que no les afectaba en nada este impuesto, que iba dirigido a personas con ingresos mayores a sus propios magros salarios, lo tomaron como pretexto para rebelarse. El 11 de febrero, instigados por un ex mayor con ambiciones políticas, David Vargas, se amotinaron encerrándose en sus cuarteles, pidiendo aumentos salariales y cambios en las estructuras de comando.  

En la mañana del 12 de febrero, los profesores trotskistas habían organizado una de sus marchas habituales y los chicos desocupados del colegio Ayacucho, aprovechando la ausencia de los paquitos en las calles, decidieron ir a tirar piedras contra la fachada y las ventanas del Palacio de Gobierno. Los Colorados de la guardia presidencial respondieron con gases lacrimógenos para alejar los vándalos, pero fueron respondidos en los mismos términos, con gases, por los policías emboscados al otro lado de la Plaza Murillo, en el techo del cuartel de la calle Junín.


Muy pronto se pasó de los gases a otros proyectiles. Como los dos lados estaban armados, las balas silbaban cruzando la plaza, causando muertos y heridos, además de impactar en los vidrios del Palacio Quemado y en el respaldar del sillón presidencial. Una de estas balas se alojó en la quijada de una joven enfermera que trataba de levantar los heridos e ingresarlos a una ambulancia. Llegaban refuerzos de los dos lados, tanto pacos como milicos, y la batalla seguía, cada vez más rabiosa.   


Durante esta jornada de glorioso combate entre nuestras fuerzas armadas, el vandalismo reinaba en toda la ciudad. La gente, sobre todo algunos jóvenes fuera de control, incendió el Ministerio de Trabajo, después el Ministerio de Desarrollo Sostenible, solamente porque estaba al paso, luego las sedes de los partidos MNR y MIR, y finalmente el Tribunal Militar y el edificio de la vicepresidencia. 

En la intersección entre las calles Ayacucho y Mercado ardía una enorme fogata alimentada con los muebles, los papeles y las computadoras, que los forajidos botaban por las ventanas del segundo piso; también ardían las preciosas salas de reunión de la planta baja y sus muebles de madera tallada. 


Por suerte, los archivos históricos del Congreso que se encuentran en la vicepresidencia fueron defendidos por algunos estudiantes de historia de la UMSA que estaban trabajando allí, y que evitaron con enorme valentía el progreso del fuego y el ingreso de los vándalos. Pudieron salvar así la documentación invalorable del archivo, con la ayuda de algunos guardias que se habían mantenido en sus puestos y algunos policías del Banco Central, justo al frente.


Los empleados públicos que trabajaban en Palacio y en los ministerios fueron evacuados con urgencia. Juan Antonio, quien podía seguir todos los acontecimientos desde sus ventanas, fue obligado por la seguridad a escapar por la puerta de garaje del banco, después de haberse afeitado la barba y disfrazado con el uniforme de un obrero de la limpieza para no ser reconocido.


La misma noche el populacho aprovechó la ausencia de los policías para vaciar varias tiendas en la avenida Buenos Aires, y al día siguiente el desorden se extendió hacia El Alto. Si me acuerdo correctamente, fue ese día que algunos “revolucionarios” decidieron atacar la imperialista fábrica de coca-cola con sus viejos fusiles Mauser de la guerra del Chaco. Otros más pragmáticos aprovecharon el momento para entrar a los depósitos de la aduana y recuperar la mercancía de contrabando que les habían decomisado anteriormente. El ejército intervino, sumando once muertos más a los dieciséis de la víspera. 


El presidente ya no tenía opción: retiró el proyecto de impuesto sobre ingresos, cambió el gabinete de ministros y decretó un aumento de salarios significativo para la policía, y sin duda para el ejército también. Todo volvió a la normalidad, pero la situación de mantenía muy tensa y la paz alcanzada no duraría mucho.

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