jueves, 20 de noviembre de 2014

Guerra fría



Una cortina de hierro

Para darle algo de contexto a mis recuerdos, tendría que escribir algo acerca de la historia que vivimos entonces. Espero que mis lectores me tendrán un poco de paciencia.
  
Las bombas atómicas que cayeron sobre Hiroshima y Nagasaki en agosto 1945, cinco meses antes de mi nacimiento, era mil veces más potentes que todas las armas de guerra que se habían inventado hasta entonces. Pero lo que no sabíamos todavía, es que sus radiaciones seguirían matando durante meses, años, décadas. El hombre había adquirido, desde esa fecha, la capacidad de destruir el planeta y todos los seres vivos que en él habitan. El periodo marcó también el inicio de la guerra fría entre la Unión Soviética y los Estados Unidos, dos países que fueron aliados durante la Segunda Guerra Mundial. La Unión Soviética llegaría a construir sus propias bombas atómicas al final de los años cuarenta.
  
Progresivamente se  levantaba una barrera infranqueable que iba a dividir Europa entre el Este y el Oeste. Los países ocupados por Moscú durante el avance de su ejército hacia Berlín irían a formar el Pacto de Varsovia, en respuesta a la OTAN, organización militar formada por los países de Europa Occidental, Estados Unidos y Canadá. Las fronteras entre el Este y el Oeste se cerraban y se cubrían de alambres de púa, de fortificaciones y de torres de control. Las dos alianzas militares se amenazaban mutuamente, en un equilibrio demente que demandaba cada vez más armas, más tropas, más tanques, más aviones, más submarinos, más cohetes, más bombas. Y cuando la bomba atómica ya no era lo suficientemente atemorizante, se inventó la bomba de hidrógeno.
  
La ciudad de Berlín había quedado como un enclave internacional en territorio comunista, después de haber sido dividida en cuatro sectores, controlados respectivamente por los americanos, los rusos, los ingleses y los franceses. Los rusos ocupaban Berlín Este hasta la puerta de Brandenburgo, el resto se consideraba parte de Alemania Federal. En junio 1948 José Stalin cortó todos los accesos a la ciudad, tanto por tren como por ruta. De golpe, todos los habitantes de las zonas aliadas occidentales se encontraban totalmente aisladas, y se quedaron sin los aportes cotidianos de víveres y energía que requerían. 
  
Entre 1948 y 1949, los americanos volaban hasta veinte aviones cargueros por hora, formando un puente aéreo que transportaba carbón, víveres y otros materiales hacia Berlín Occidental. Se estima que la cantidad de suministros trasportados llegó a cerca de dos millones de toneladas en estos dos años. 
  

Visitantes
  
Para volver a la historia familiar, tengo que contarles acerca de Micha. Micha era un joven refugiado polaco, que tendría unos ocho años, igual que yo, cuando vino a vivir a mi casa por seis meses. Por lo tanto debió ser en 1953 o 1954. Micha era grande para su edad pero muy flaco. Muchas personas habían sido desplazadas como consecuencia de la guerra de 40-45 y de la invasión soviética a los países del Este, y supongo que la familia de Micha era parte de éstas. 

Bélgica organizaba entonces estadías para los hijos de los refugiados, de manera que pudiesen vivir una temporada en una familia belga, donde serían bien alimentados y cuidados, para luego volver con su familia de origen. Yo no sabía prácticamente nada de mi nuevo “hermanito” y era algo difícil comunicarse con él, con las muy pocas palabras de alemán que ambos sabíamos. A pesar de todo, podíamos jugar juntos sin mucha dificultad.

 
Sólo me recuerdo que odiaba el queso (Ach, Stinkkäse, se quejaba), posiblemente porque ya había comido mucho en su campo de refugiados, donación de los holandeses. También me acuerdo que Micha era daltónico y cuando coloreábamos, cosa que le gustaba mucho hacer, hacía árboles rojos y techos verdes. Yo protestaba y él, pobrecito, me pedía humildemente qué lápiz debía usar. Debería haber sido un poco más tolerante.
  

Algunos años después, mi hermano François había participado en un programa de intercambio con un joven alemán, Karl Heinz. Debían estar en último año de secundario, creo yo. Lo extraño es que Karl Heinz vino a aprender el francés en Flandes. Supongo que vino durante las vacaciones y que no iban al colegio, donde sólo se hablaba neerlandés. En todo caso, a todo lo que decíamos o hacíamos opinaba que era muy “entresante”. Al año siguiente François pasó un mes con su familia en Paddenborn, un pueblito muy lindo según las fotos que nos mostró después, y que no había sido demasiado destruido por los bombardeos de los aliados.  

Izquierda a derecha: Karl Heinz, Tiennot, Anne, Nénette, Christine, Marthe (casi invisible), Cécile, François
Un mundo inquieto
  
Los países del Este ocupados por los rusos pasaron por varios conflictos y revueltas. Una de las más sangrientas, de la que nos enteramos a través de un libro impresionante, pero no me acuerdo el autor, era la sublevación húngara. La revolución de Budapest empezó el 23 de octubre de 1956, cuando las Fuerzas de Seguridad Interna dispararon hacia un grupo de estudiantes, que pedían más libertad y el regreso de Imre Nagy, anterior dirigente del partido comunista, el cual había sido dimitido por los rusos que le reprochaban sus ideas demasiado demócratas. En respuesta a esta represión, los obreros entregaron armas al pueblo y en pocos días, la revuelta que había empezado en Budapest se regó por toda Hungría. Llegó al punto que el Ejército Rojo tuvo que abandonar momentáneamente el país pero muy pronto volvió, reforzado con otras tropas del Pacto de Varsovia, para aplastar la revolución. Hubo una enorme cantidad de muertos y heridos.
  
En general, éramos bastante ignorantes de todos estos eventos políticos mundiales cuando éramos niños. La independencia de la India en 1947 y el asesinato de Mahatma Gandhi el 30 de enero de 1948 se dieron mientras yo era bebé, lo mismo que la toma del poder por Mao en China, o el reconocimiento oficial del Estado de Israel, y por supuesto que no lo viví. Además todos estos eventos ocurrían en países lejanos de los cuales sabíamos poco.
  
Los adultos hablaban por supuesto a veces de la guerra fría, de la cortina de hierro, de la revolución de Budapest o del puente aéreo de Berlín. Pero todo esto pasaba en algún lugar lejano y no nos afectaba mucho. Además mis padres consideraban que no eran temas aptos para niños y no dejaban entrar juguetes bélicos en la casa. Bien por ellos.


Tampoco veíamos estas noticias en la tele. Recién tuvimos televisión en 1957, con dos canales en blanco y negro: la BRT flamenca y la RTB valona. Podíamos mirar la tele solamente durante los programas para niños, que duraban media hora, y si habíamos terminado antes todas las tareas del colegio. Mi padre leía todos los días el periódico “La Libre Belgique” que el cartero metía todos los días en el buzón, y escuchaba un rato la radio después del almuerzo, pero había muy pocas noticias internacionales en los medios.


Las amenazas de guerra nuclear no nos parecían muy reales, aún si cerca de las escuelas se había adecuado algunos viejos refugios contra los bombardeos, señalándolos ahora con la famosa figura de tres triángulos amarillos unidos por su punta. Por lo menos, no nos entrenaban, como en las escuelas americanas, a escondernos debajo de los bancos al silbato de la maestra en caso de amenaza nuclear. Oíamos hablar muy poco de la guerra de Corea (1950-1953), a pesar de que me he enterado recién que había tropas belgas que participaban en esta guerra.   


La radio daba mucha mayor importancia al matrimonio del Shah de Irán con la bella Soraya en 1951, especialmente al diadema y al vestido que ella llevaba durante la ceremonia. El golpe de estado contra el rey Farouk en Egipto y la toma de poder de Nasser en noviembre 1954 tampoco levantaron mucho interés entre los belgas, excepto cuando se habló de nacionalizar el canal de Suez en el cual tenían acciones. El escándalo de espionaje de Kim Philby, agente doble en Inglaterra, tuvo más éxito (en 1955). 
  
El fin de las colonias
  
Las cosas iban a cambiar rápidamente en África y Asia. Las revueltas de las tribus Mau-mau en Kenia en 1954 fueron aplastadas por los ingleses dos años después, pero habían sembrado el pánico entre los colonos de todo el continente africano. Alrededor de 100 europeos habían sido víctimas de esta revuelta, pero en la represión murieron más de 10.000 indígenas africanos. Varios años antes, en 1949, Indonesia ya había logrado su independencia con Sukarno, dando un ejemplo que iba a cundir en Asia y África.
  
El sitio de Dien Bien Phu en Vietnam había durado 57 días cuando los franceses tuvieron que abandonar el valle el 7 de mayo de 1957, bajo la presión de los Vientminh. De los 16.500 hombres sitiados, solo 3000 sobrevivían. Las negociaciones en Viena cortaron el Vietnam por la mitad.
  
La guerra de Algeria, que había comenzado en 1954, continuaba sin piedad, con todas las atrocidades que ocurrían entre las poblaciones árabes, los “Pieds-Noirs”, franceses que siempre habían vivido en Algeria y no conocían otro país, y el ejército francés. La visita del presidente de Gaulle a Algers el 9 de diciembre de 1960 y su discurso famoso “Je vous ai compris” iba a señalar el inicio de las negociaciones, pero no el fin de los problemas. 
  
Bélgica hubiese querido otorgar gradualmente mayor independencia al Congo, y educaba en forma acelerada a sus futuros ministros en las universidades de Lovaina y Bruselas, pero los congoleses ya no querían esperar. El 30 de junio de 1960 el rey Balduino visitó Kinshasa (que todavía se llamaba Leopoldville) para declarar oficialmente la independencia de la antigua colonia belga, en presencia del presidente recién elegido Joseph Kasavubu. 
  
Rápidamente las peleas tribales iban a degenerar. Al mismo tiempo, los colonos europeos eran blanco de ataques y sus casas fueron vaciadas por la población, a la cual los políticos habían prometido que con la independencia “podrían vivir como los belgas”. El primer ministro, Patrice Lumumba, tuvo que pedir a las Naciones Unidas mandar una fuerza de pacificación: en 1963 había 20.000 cascos azules en el Congo. Mientras tanto, Lumumba había sido derrocado por el golpe de estado del jefe del ejército, Mobutu, y fue asesinado en 1961, y Moisés Tschombé había decretado la secesión y la independencia de la provincia Katanga, la provincia más rica en cobre. 
  
Miles de belgas que vivían en el Congo fueron obligados a huir con sólo la ropa puesta. Mi hermana Anne y su hijita Claire fueron recogidas en un centro de refugiados en Elisabethville y repatriadas a Bélgica después de varios días de angustia. Puedo calcular que Anne estaba embarazada. Nénette y François hacían turnos en el aeropuerto de Zaventem para esperarlas, ya que no sabíamos cuándo llegarían, desprovistas de todo. Su esposo, Charly, se vio obligado a cruzar la frontera con Rodesia (ahora Zimbabwe) y no teníamos noticias de su suerte. Recién unas semanas después pudo llegar a Bélgica.  


Mis tíos Antoine y Liva habían elegido quedarse como sea pero tuvieron que dejar el Katanga para ir a la capital Kinshasa, donde mi tío iba a enseñar derecho en la nueva universidad, Lovanium, que había ayudado a fundar. Poco a poco África se convertía en el campo de batalla de la guerra fría, cuando la Unión Soviética y los Estados Unidos competían para establecer su influencia a través de programas de desarrollo, a menudo mal concebidos, para asegurar su acceso a los recursos naturales del continente y poder vender sus armas y otros implementos superfluos. 
  
El muro
  
La guerra fría por supuesto también se sentía en Europa. La huida de muchos alemanes que vivían en la parte Este de Berlín, insatisfechos con sus condiciones de vida, a menudo perseguidos o por lo menos espiados por la STASI, y tan cerca de la sociedad de consumo al otro lado de la frontera, llevó a la construcción de un muro de 45 km, que cortaba la ciudad en dos. Durante la noche del 12 de agosto de 1961, se elevó este muro a una velocidad increíble y se tapiaron hasta las ventanas de los edificios que miraban hacia el oeste.

Al principio la construcción fue algo precaria, hecha de bloques de cemento y alambre de púas, pero luego fue reemplazada por un muro de hormigón de cuatro metros y medio de alto, cercas eléctricas y torres de observación, desde las cuales se disparaba contra cualquiera que intentara pasar. 
  
La crisis de los misiles
  
Todos los conflictos que se daban constantemente, sea en Berlín o en otras partes, no confrontaba únicamente diferentes naciones, sino sistemas ideológicos radicalmente opuestos. Incluso si después de la muerte de Stalin en 1953, los rusos habían mitigado en algo sus posiciones de colectivismo extremo, y las purgas políticas y deportaciones a Siberia habían disminuido, las luchas por el poder en el Kremlin, ganadas por el momento por Nikita Khrushchev, no habían terminado. Pero sobre todo, la pelea entre las dos superpotencias continuaba, más fuerte que nunca. 
  
Rusos y Americanos luchaban para ver quien tenía mayor poderío en los países recién descolonizados y acumulaban las bombas nucleares para amenazar a su enemigo en un equilibrio de terror recíproco. Los Estados Unidos habían instalado sus bases de misiles en Europa, especialmente Alemania Federal y Turquía, como parte de la OTAN, y los Soviéticos tenían las suyas en todos los países de Europa del Este y querían otras en Cuba, desde que Fidel Castro había tomado el poder allí en 1959. Desde la isla podrían amenazar plausiblemente con la destrucción de la mayoría de las grandes ciudades americanas.


En octubre 1962, una noche que estábamos como todos los días en la sala de estudios del Instituto Saint André en Bruselas, la Madre Superior entró en vendaval, toda agitada, para anunciarnos que la guerra nuclear estaba a punto de empezar y que debíamos inmediatamente empezar a orar a Dios y a la Virgen Santa para tratar de evitarla. Las monjas nos llevaron directamente a la capilla del pensionado. Todas las alumnas estaban en pánico.
  
De hecho, el mundo entero entró en pánico, mientras que Khrushchev y Kennedy se enfrentaban a propósito de los misiles cubanos. Los americanos disponían de fotos aéreas en las cuales se veían los emplazamientos de los cohetes en la isla y navíos rusos en camino hacia Cuba, llevando ojivos nucleares y otros materiales bélicos.


Inmediatamente, Kennedy había dado órdenes a la marina americana para impedir el paso de cualquier barco o submarino ruso y exigió a los Soviets que retiren todos sus misiles de Cuba. Nikita le contestó que lo haría a condición que Estados Unidos desmantele los de la OTAN en Italia y Turquía. Kennedy se negó absolutamente a negociar en estos términos. 
 
Las dos superpotencias amenazaban con enfrentarse. La tercera guerra mundial, nuclear esta vez, podía empezar en cualquier momento. Finalmente, el 28 de octubre Khrushchev aceptó retirar los misiles de Cuba, con la condición que los americanos levanten el bloqueo de la flota rusa en Cuba y prometan nunca invadir la isla. Al cabo de una semana, las instalaciones nucleares fueron desmontadas y los barcos cargados de misiles volvían a Rusia. La calma volvió.  
  
Unos meses después Kennedy desmanteló algunos modelos viejos en Turquía e Italia, ya que había podido colocar modelos más potentes mientras tanto. Fue en el momento de esta crisis que se instalaron los famosos teléfonos rojos que conectaban directamente la Casa Blanca y el Kremlin, para el uso exclusivo de los jefes de estado, a fin de evitar accidentes o malentendidos. Para referencia, vean la película “Dr. Strangelove o cómo aprendí a amar la bomba”. 

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