viernes, 12 de diciembre de 2014

Universidad de Lovaina

¿Qué será, será?…

Durante este mismo año 1962, mientras terminaba mis estudios secundarios en Bruselas, tenía que pensar qué podría hacer después. Desde pequeña me había gustado la idea de ser médico y uno de mis juegos favoritos era jugar al doctor con las muñecas y los peluches. Tenía mi propia clínica en la cual Christine y Marthe eran las enfermeras y mi hermanito Tiennot, siempre víctima de sus hermanas, tenía que jugar al enfermo. Pero mis papás no querían escuchar nada acerca de estudiar medicina, estudios que consideraban demasiado largos y difíciles para una jovencita. Además, con la mentalidad de la época pensaban que, si un día me iba a casar, no tendría necesidad de trabajar más y por lo tanto todo este gran esfuerzo habría sido en vano. 
 
Por otro lado, por lo menos estaban de acuerdo para que estudiara algo. Viendo que me gustaban las ciencias, mi mamá propuso inscribirme en la escuela normal, donde los estudios sólo duraban tres años, para lograr una formación de profesora de secundaria – sin duda con la idea de poder trabajar, si no me casaba en seguida – y además, decía, esto podría ser útil para la educación de mis futuros hijos. ¡Qué horror! Bastante había martirizado yo a mis profesores de colegio, especialmente los de ciencias, blancos preferidos de la indisciplina y rebeldía de los adolescentes, para no querer encontrarme en el mismo lugar. Lo que yo quería más bien era ir a la universidad, y si no era posible estudiar medicina, por lo menos meterme en biología, que me interesaba también mucho y donde se hacían entonces, en los años 50 y 60, fascinantes avances en muchos campos de investigación.

En cuanto a mi padre, no tenía una opinión al respecto, o por lo menos no decía nada. Al final fue mi tía Mimi, mi madrina, la que tuvo que intervenir y convencer a mi madre para que me deje inscribirme en el primer año de biología en la Universidad Católica de Lovaina. Vino expresamente de Terneuzen hasta San Nicolás para tomar el té y charlar con su hermana en mi defensa. ¡Gracias, tía Mimi! En esta época los padrinos todavía tomaban su misión en serio.

La universidad, por fin
 
La primera condición puesta por mis padres era por cierto que me alojaría en una residencia de monjas, en lo que se llamaba una “pedagogía” en Lovaina, lugar que servía para proteger a las jóvenes estudiantes de este medio universitario tan peligroso para ellas. En primer y segundo año por lo tanto vivía en una residencia de la plaza Saint Jacques, donde teníamos que recogernos a más tardar a las nueve de la noche. En algunas ocasiones, como cuando el curso organizaba una vez al año el tradicional “té bailable” al cual se invitaba a los profesores, podía pedir un permiso extraordinario para llegar a las once y media.

De todos modos durante el día teníamos completa libertad, comparado con lo que era el pensionado en Bruselas, y aprovechaba todo lo posible para hacer amigos y amigas, ir al cine, o participar en todas las actividades universitarias que nos proponían. Frecuentaba regularmente la Casa de las Ciencias, donde vivían unos compañeros de la facultad, mayormente químicos, una vieja casona que yo había ayudado a reparar y a pintar, también la Casa de las Estudiantes de la Rue des Moutons, donde vivían dos chicas de mi curso junto con otras protofeministas y, un poco más tarde, la casa “Cruz del Sur”. Estas “casas” eran lugares alquilados donde se agrupaban algunos estudiantes que tenían algún interés en común, chicos o chicas, porque por supuesto no podían ser alojamientos mixtos. 

Una de las actividades más importantes de todas esas “casas”, y también de la parroquia universitaria, era organizar cenas donde se comía pan con carnes frías y queso, los "souper-tartines", pagando una cuota muy económica, mientras se organizaban debates. Por ejemplo en la Casa de las Ciencias se organizaban conferencias sobre temas de actualidad científica o se discutían los cambios que se podrían hacer para modernizar los programas de las materias, especialmente durante la revolución universitaria de 1968. Actualmente en Lovaina la Nueva se habla de “kots à projet” es decir, casas con proyectos.

En la “Cruz del Sur” había una mezcla interesante de sudamericanos y algunos belgas quienes, después de terminar sus estudios, querían trabajar como voluntarios en América del Sur. A fin de cuentas, yo fui la única que realizó este proyecto. Allí es donde conocí mi primer amigo boliviano, Luis Lairana, cruceño maoísta que admiraba las rubias y escribía poemas para mi hermanita Christine. También nos hicimos grandes amigos con los “chicos de Mons”, Jacques, Bernard, Jean-Paul, el otro Bernard, hermano de Michel y el otro Jacques. Allí nos reuníamos entre varios, sentados alrededor de una gran mesa, para preparar los exámenes de bioquímica y fisiología, materias que compartíamos con Bernard y Jean-Paul, ambos en medicina, Nanne, de biología, Jacques y una chica que lo quería conquistar, bautizada por él como “Ganchito”, futuros boticarios.
 
Amigos de Juan Antonio, en pequeño, de izq. a der.: Juan Antonio, Paul Frey, NN, Pierre Van Den Doren, Paul Frix, Salvador Romero, "mon pote", NN, Paul Sapart. Al medio: Cecile en la place Saint Pierre (vista desde el balcón de Toño e Yvonne Arranibar). En primer plano, Angelo Riccio y Juan Antonio Morales en una reunión de directorio del CIEE.
También iba regularmente al Círculo Internacional de Extranjeros (CIEE), donde muchos estudiantes tomaban café después de almorzar en el restaurante universitario Alma II. Allí hice amigos que venían de todos los rincones del mundo, demasiado numerosos para poder nombrarlos.

En tercer año, finalmente liberada de la pedagogía y las monjas, tenía un cuarto en la calle María Teresa. Mi hermano Tiennot empezaba sus estudios de sicología y vivía a unas cuadras, en la Ravenstraat (calle del Cuervo). Este año no logré pasar de curso, probablemente porque tenía muchas cosas más interesantes para hacer que estudiar la anatomía comparada. Al año siguiente compartíamos un mini-departamento con Mady en la plaza del Viejo Mercado (Oude Markt), al lado de una diminuta tienda donde se vendía carne de caballos y cerca de un colegio de chicos que ocupaba todo el fondo de la plaza. La casa es la de la estrella roja.
El último año compartíamos una casita lista para la demolición, con Mady, Claudine, Marinette, Geneviève y Claire, en la Wieringstraat. Mady trabajaba como secretaria en el CORE (Center for Operations Research), mientras que tres otras chicas eran enfermeras en el hospital universitario. Marinette era estudiante, no me acuerdo bien de qué, creo que en lenguas romanas. La casa adquirió alguna reputación en Lovaina por sus fiestitas divertidas, su buena música y los baños de sol que se podían tomar en el techo, mientras nos observaban escandalizadas las vendedoras del supermercado de al lado.

A pesar de todo lograba estudiar. Las clases de esta época se daban de la manera más tradicional, con un profesor colocado encima de una tarima, lejos de los alumnos, y que dictaba su curso sin permitir interrupciones ni preguntas. Algunos de ellos eran muy buenos (en matemáticas, zoología y física) o incluso muy queridos (como el profesor Martens, de botánica, que había perdido un brazo durante la guerra y hacía magníficos dibujos de plantas en la pizarra con su mano izquierda), algunos eran admirados como el profesor De Duve, premio Nobel de medicina y que nos daba en principio los cursos de fisiología. Sin embargo él pasaba más tiempo en Estados Unidos que en Bélgica, y su asistente Berthet daba sus clases. Otros eran mucho menos apreciados, como Bruylants, el profesor de química, que había heredado la cátedra de su papá y de su ilustre abuelo, sin ningún mérito propio.

Por tradición centenaria, los estudiantes de ciencias despreciaban los cursos de filosofía, que eran sin embargo interesantes. Uno de los métodos preferidos para molestar al profe era hacer rodar botellas vacías de coca-cola desde la parte alta del auditorio, lo que hacía una bulla impresionante. Otros hacían ruidos de animales. El profesor, quien conocía y respetaba esos usos y costumbres, continuaba tranquilamente su clase y, de manera muy filosófica, leía su periódico durante el examen para no tener que fijarse en los copiones. 

Mi memoria de licenciatura era un trabajo sobre la radioactividad en los medios marinos. Las recaídas de los ensayos atómicos en Polinesia francesa eran muy recientes, habían comenzado en 1966 en Mururoa y continuarían todavía por años, pero poco se sabía acerca de esto. Yo trabajaba en la biblioteca del Museo de Historia Natural de Bruselas buscando bibliografía acerca de los efectos de los radioisótopos en las cadenas alimenticias y acerca de su distribución por las corrientes marinas, y ocupaba un pequeño lugar en el Laboratorio de Oceanografía del profesor Capart. Solamente pude terminar la parte teórica del trabajo pero, con la ayuda de Juan Antonio, quien pasó toda una noche corrigiendo mis ecuaciones, impresioné suficientemente al jurado como para aprobar la tesis. De haber seguido en esta vía, podría haber hecho mi doctorado dando la vuelta al mundo en un barco científico, pero para entonces ya tenía otros proyectos.
 

Eventos sociales

Mientras tanto me había ocurrido algo muy importante: me había enamorado en serio de un futuro doctor en economía y nos casamos en agosto de 1968. El matrimonio fue todo lo más burgués, con una recepción en Lovaina después de la ceremonia religiosa en la parroquia universitaria y un almuerzo interminable en la casa de San Nicolás, al que se había invitado tanto la familia belga como los amigos bolivianos. 
Arriba, izq a der: Anne Belpaire, Edgar Benavides, Charly Lammerant, la tía Marie, mi padre, yo, Juan Antonio, Marcelo Arauz, mi mamá, mi tía Mimi, la tía Crico (de espaldas). Al medio: Eddy Quiroga, al fondo Charles Rubbens, Agnés De Decker, alguién que no se ve bien, Eddy Mendieta (parado), mi tío Georges Rubbens. Abajo: Claire Lammerant, Marthe Belpaire, Mark Verstraeten, Christine Belpaire, la tía Maggy, el tío Arthur Belpaire, Charles Rubbens de nuevo (se paró), una persona irreconocible, Jacquot Belpaire, Mady De Decker, Ángel Taminga (parado para sacar fotos), Véronique Gottigny (?), Philippe Belpaire, Martine Gottigny, un desconocido.

Juan Antonio y yo nos instalamos en un pequeño departamento de la plaza Hoover de Lovaina, entre el parque municipal y la biblioteca. Él terminaba de escribir su tesis de doctorado (en manuscrito, yo se la pasaba a máquina) y trabajaba como asistente en el CORE. En 1969 tendríamos una hija: Isabel. Su bautizo fue otra buena ocasión para reunir a los amigos. Poco después empecé a trabajar en el laboratorio del profesor Mayaudon, en agronomía, dejando a mi Isabelita en una guardería donde empezó su temprana educación en flamenco.

Atrás, de izquierda a derecha: Denise Harou, Marcelo Arauz, mi padre, Charly Cuellar, Rolando Morales, una rubia, posiblemente Geneviève Ramboux, Juan Antonio, Jorge Felix Ballivián, Javier Reyes, Jacquot. Adelante: mi mamá, Tiennot, Cécile, Marthe con Isabelita, Christine.

Historia contemporánea

Durante los años universitarios, me iba interesando cada vez más en todo lo que ocurría alrededor mío, en el mundo. Lovaina era un microcosmos, donde se juntaban estudiantes que llegaban de todas partes, y tanto en el comedor universitario como en el Círculo Internacional aparecían cada día nuevos afiches convocando a seminarios y discusiones, se organizaban colectas de sangre para los refugiados palestinos, de víveres y fondos para las víctimas de la hambruna en Biafra, se organizaban manifestaciones contra el apartheid en Sudáfrica y sesiones de estudio del pequeño libro rojo de Mao.

El año 1963 había sido profundamente marcado por el asesinato de J.F. Kennedy y por otro lado, por la lucha en favor los derechos civiles de los afroamericanos y en contra de la guerra del Vietnam, especialmente en los campus universitarios de Estados Unidos donde los chicos se oponían al reclutamiento y las chicas quemaban sus sostenes. Fue también el año de la primera inmolación de un monje budista que se prendió fuego, en protesta contra el gobierno de Saigón. Dos años más tarde, en julio 1965, habría 75.000 soldados americanos en Vietnam. 

Mao, Lin Piao, Luis Lairana
La Revolución Cultural empezó en China el 8 de agosto de 1966. El pequeño libro rojo del presidente Mao se había convertido en la ley suprema, y era deber de todo revolucionario comunista denunciar sus vecinos y amigos, hasta sus propios padres e hijos, por pensamientos o actividades desleales hacia el Gran Timonel. Los excesos de los guardias rojos causarían una catástrofe económica de tal magnitud que los militares tuvieron que intervenir en 1969 para poner fin a la aventura. 

Durante el año 1968, bajo el presidente americano Lyndon Johnson, la ofensiva Tet lanzada por los vietcong resultó en una masacre para los dos lados, por lo que los americanos terminaron por darse cuenta que nunca podrían ganar la guerra. Camboya, cuyo territorio servía para el aprovisionamiento de los vietcong, fue bombardeada sin piedad y el príncipe Norodom Sihanuk fue derrocado por el mariscal Lon Nol, con ayuda de los Estados Unidos, para ser a su vez reemplazado por Pol Pot y sus horribles Jemeres Rojos. Por suerte, mi hermana Nénette y su familia, quienes estaban en Pnom Penh donde Jean cumplía una misión para las Naciones Unidas, pudieron salir de Camboya antes de los bombardeos. 

El balance de la guerra de Vietnam para los americanos fue de 55.000 muertos y 300.000 heridos. Para los vietnamitas, camboyanos y laocianos, son sin duda muchos más, pero es más difícil contarlos. 

Un poco antes, en 1967, tuvo lugar la Guerra de Seis Días, entre la Egipcia de Nasser e Israel, durante la cual Irak, Jordania y Siria también fueron bombardeados. Al cabo de la semana los israelitas ocupaban Jerusalem Este, la Cisjordania y las alturas de Golán, en Siria. Muchos palestinos tuvieron que huir a campos de refugiados, donde en parte siguen viviendo, y en Lovaina la Cruz Roja hacía colectas de sangre para los heridos. Todos los estudiantes se portaron voluntarios.   
 
Salvador Romero, Jaime Virreyra, Juan Antonio.
El mismo año 1967, Che Guevara empezaba su aventura guerrillera en Bolivia. Esta guerrilla iba a tener mayor éxito en el marketing de camisetas y posters con la foto del Che que en resultados revolucionarios. A pesar de ello, la mayoría de los estudiantes latinoamericanos de Lovaina se entusiasmaban con la estrategia del foquismo, de acuerdo al ejemplo de Camilo Torres, ex de Lovaina, y compraban pesados botines de marcha para prepararse a las largas caminatas en la selva, condición esencial del buen combatiente según los consejos del Che.

Otros como Jaime Paz y Tano Llobet participaban durante el verano en campos de entrenamiento militar en Albania. 

Todos hablaban de ir a vivir en el campo, con los campesinos pobres, pero ya se vería más adelante que sólo eran palabras. 

El año 1968 fue realmente un año extraordinario, durante el cual pasaron muchas cosas. El 4 de abril de ese año Martín Luther King fue asesinado en Menfis. Su muerte provocaría revueltas negras en todas las grandes ciudades americanas. El 2 de mayo en Nanterre y el día siguiente en el barrio latino de París, las manifestaciones de obreros y estudiantes iban a cambiar el mundo. De allí en adelante, estaría prohibido prohibir, la imaginación estaría al poder y para ser realistas había que pedir lo imposible. Después del cierre de la universidad y las violentas manifestaciones del 10 y 11 de mayo, Daniel Cohn-Bendit (Danny El Rojo, estudiante de sociología en Nanterre), convocaba una huelga general en toda Francia el 13 de mayo. 

Diez millones de obreros participarían en esa huelga. El General De Gaulle, bajo la amenaza, hasta escapó a Baden-Baden en Alemania, pero volvió a Francia el 30 de mayo. En su discurso anunciaba un aumento general de salarios, lo que dio fin a los reclamos de los obreros, pero la reforma universitaria recién iba a empezar.  

También en 1968, Alexander Dubcek había iniciado unas reformas importantes en el régimen comunista de Checoslovaquia. Al eliminar la censura y haber reformado el sistema económico y político, había permitido una mayor libertad a los habitantes de su país, durante un periodo que se conocería como la primavera de Praga, a pesar de que el fenómeno se dio más bien en agosto, en pleno verano.

Sin embargo los Soviéticos no veían las cosas de la misma manera, y la “primavera” duró apenas tres semanas. El 20 de agosto, tres días después de nuestro matrimonio, los rusos invadían Checoslovaquia con 250.000 soldados.
  
La población civil de Praga inició una resistencia heroica contra los tanques rusos invasores, pero nos enteramos recién unos días después, cuando volvimos del viaje de luna de miel. Estábamos haciendo camping en Normandia, adonde fuimos en el Volkswagen prestado de mi madre. Al momento de volver me di cuenta que se había caído la llave del coche en la arena de la playa y que era imposible encontrarla. Volvimos a Bélgica con la ayuda de un mecánico que nos enseñó como “robar” coches, pasando un alambre por una grieta de la ventana y haciendo contacto directo para encender el motor. 

Finalmente, a partir del mes de octubre, los problemas iban a exacerbarse en Irlanda del Norte, con una verdadera guerra entre los combatientes del IRA y la policía de Londonderry, y al año siguiente con los militares británicos. 

Mientras tanto en Lovaina mismo había todos los días manifestaciones de los estudiantes flamencos que querían sacar de la ciudad y del "país flamenco" a la mitad francófona de la universidad. El rector cedió. Se inició la construcción de una nueva ciudad, Lovaina la Nueva, en un campo de beterragas de Ottignies, y hasta los libros de la famosa biblioteca Ladeuze fueron divididos en dos montones, un tomo por aquí, otro tomo por allá.

La universidad bilingüe de Lovaina, donde también se hablaba inglés y latín y que podía haber sido una de la grandes universidades europeas, quedó partida por la mitad y los resentimientos mutuos iban a durar cincuenta años. Fue un verdadero crimen contra la cultura.

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