lunes, 9 de marzo de 2015

Adios a los generales

Volvemos al principio

El régimen instaurado por el general Luis García Meza en 1980 se mantenía todavía, pero a duras penas. Los militares pensaban mantenerse veinte años en el poder, basándose, para lograrlo, en el terror bajo el cual tenían a la población, por un lado, y por otro en las grandes ganancias que obtenían del narcotráfico.

El terror se había manifestado por ejemplo el 15 de enero de 1981, en el episodio de la calle Harrington, en Sopocachi. Se habían reunido allí, en una casa, un grupo de jóvenes dirigentes del MIR, para discutir posibles medidas de resistencia a la brutal subida de precios de los alimentos básicos. Los ocho fueron asesinados sin piedad por los esbirros y paramilitares del ministerio del interior. 

Para disfrazar este crimen, el gobierno trató de presentar la escena como el resultado de un enfrentamiento armado, cuando es sabido que ninguno de estos jóvenes tenía un arma. Esta misma fórmula de puesta en escena de un combate se utilizaría mucho más tarde, con otro gobierno y en otras circunstancias, por ejemplo en abril de 2009 en el hotel de Las Américas, donde las fuerzas especiales de la policía matarían a tres supuestos terroristas en sus camas. No le veo mucha diferencia.
 

De izquierda a derecha: Luis Suárez, Gonzalo Barrón, Artemio Camargo, Jorge Baldivieso, Ramiro Velasco, Ricardo Navarro, Arcil Menacho y José Reyes.
Únicamente Gloria Ardaya, oculta bajo una cama y protegida por el cuerpo de uno de sus compañeros, iba a sobrevivir a la masacre y poder contar lo que pasó. Fue apresada y torturada por unos policías argentinos de civil, que prestaban su “asistencia técnica” a la represión ejercida por los generales y coroneles bolivianos.
 

Por otro lado, la cocaína invadía todo el trópico de Cochabamba y se exportaba bajo la protección y con la participación del ministro del interior, el coronel Luis Arce Gómez. Es el mismo que había hecho desaparecer los archivos del departamento de inteligencia después del golpe fracasado de Natusch Busch. Dirigía personalmente a los paramilitares y amenazaba a todo el mundo, recomendando a sus opositores que tengan siempre su testamento bajo el brazo. 

Más adelante sería condenado en Estados Unidos por tráfico de drogas, quedándose 16 años allí en la cárcel, antes de ser trasladado a Chonchocoro, con una condenación de 30 años más. Allí se encuentra en compañía de Luis García Meza.

Los demás militares sin embargo, especialmente los más jóvenes, no estaban de acuerdo con este régimen dictatorial, cada día más abusivo. Las conspiraciones y los intentos de golpe eran cosas de cada día, pero no tenían éxito. Finalmente, el 2 de agosto de 1982, se intenta una nueva asonada, en Santa Cruz, pero esta vez con el apoyo de la población.
 

Los autores del golpe son Lucio Añez y Alberto Natusch Busch (el mismo de noviembre 1979). Nosotros conocíamos el coronel Lucio Añez, porque nos había alquilaba su casita en la calle 4 de Los Pinos, antes que viajemos a los Estados Unidos, mientras hacíamos construir nuestra casa en Cota-Cota. 

Ya en el año 1980 nos había solicitado albergar allí una reunión clandestina contra García Meza. Después de servirles un café a él y algunos de sus camaradas, nos habíamos retirado discretamente al piso de arriba. Durante las siguientes semanas debo decir que dormimos bastante mal, despertándonos de golpe cada vez que un auto frenaba en la calle.
 

Una vez iniciado el golpe de 1982, los dirigentes políticos Hernán Siles Zuazo y Jaime Paz Zamora, ambos exiliados, se declaraban en favor del movimiento, y la Central Obrera Boliviana apoyó a los rebeldes con una huelga general. Esta huelga no incluyó las minas, porque debido a la censura general, los mineros no se habían enterado a tiempo de las noticias.
 

García Meza renunció el 4 de agosto y escapó a Miami con su familia, después de haber trasmitido el poder a una junta militar. El pasanaku podía empezar: los presidentes de facto se suceden y no duran nada. Muy pronto se ve el fondo del baúl que guarda el tesoro de la nación y los militares deciden transmitir el mando a los civiles. Con el apuro que experimentan tanto los generales como los políticos, deciden no llamar a nuevas elecciones, proceso que tardaría demasiado, y reconocer más bien los resultados de la votación frustrada de 1980. 
 

Hernán Siles Zuazo había ganado estas elecciones con algo más de la mitad de los votos y vivía exiliado en Lima. Aceptó asumir la presidencia, para alegría de todos, a pesar de que nuevas elecciones le hubiesen asegurado una mayoría mucho más sólida en el Congreso, lo que le hubiese facilitado la tarea de ordenar un país prácticamente en quiebra.

  
La unión democrática y popular (UDP)


El 10 de octubre de 1982 Hernán Siles Suazo jura a la presidencia. Jaime Paz, del MIR, es el vice presidente. Pero el gobierno es muy débil y debe defenderse de un parlamento hostil y de una central obrera que exige lo imposible, además sin poder contar con el financiamiento necesario para cubrir las demandas atrasadas por muchos años. 
 

Esta situación complicada hacía casi imposible la recuperación de la economía nacional. A pesar del enorme alivio que sentían los bolivianos por haber recobrado su libertad, tantos años de abuso de las dictaduras habían arruinado el país y destruido su institucionalidad. Siles Suazo hubiese necesitado algo de tiempo y de paciencia de la población para poder reconstruir la economía, pero ninguna de estas cosas estaba disponible. 


Los sindicatos exigían con huelgas y manifestaciones constantes el “salario mínimo nacional con escala móvil” para cubrir una canasta familiar inalcanzable, cuando no eran aumentos de salarios de 200 y 300%. El precio internacional del estaño estaba por debajo de su costo de producción, por lo que la Comibol trabajaba a pérdida. Se instaló en las aceras de la avenida Camacho un mercado negro para las divisas y reinaba una enorme especulación sobre todos los productos. Había que tomar en cuenta también la crisis causada por la deuda externa, acumulada en los años anteriores. Muy pronto, el descontento se generalizó.
 

Después de haber desdolarizado el país de manera imprudente, los ministros del MIR salieron del gobierno golpeando la puerta, por lo impopular que resultó esta medida. La desdolarización obligaba a la gente a cambiar todas sus cuentas bancarias en dólares a pesos bolivianos, poniéndolas así a merced de la inflación, y con una tasa de cambio fija definida por el gobierno. Muchísima gente perdió sus ahorros. Los únicos que se alegraron fueron los que tenían deudas en dólares.
 

Después de un nuevo intento de participación del MIR en el gobierno unos meses después, el partido de Jaime Paz se aleja definitivamente. La situación se vuelve cada vez más difícil, y el presidente cada vez más huérfano de apoyo político.
 

El caos prevalece, la producción cae fuertemente, la economía se encuentra paralizada, los obreros y las clases medias protestan, sin darse cuenta que sus propias exigencias exageradas son las que impiden mejorar la situación. Hasta los empresarios se ponen en huelga y deciden un lock-out general durante dos días. La democracia está en peligro de muerte. 
 

El 30 de junio de 1984, el presidente Siles es secuestrado y mantenido incomunicado en una casa de Miraflores por una banda de mercenarios, como parte de un golpe de estado. Este golpe falla sin embargo, porque ningún grupo militar quiere ser el primero en salir, todos esperan a ver lo que harán los demás, parece una opereta. Pocas horas después Siles Suazo es liberado, y luego de esta comedia absurda las cosas retoman su curso habitual.
 

Sin embargo don Hernán, rodeado de un entorno cerrado de aduladores, ya había perdido todo contacto con la realidad. No tenía ninguna idea del aumento real de los precios y según cuentan de él, cuando quería mandar a su edecán a comprar un paquete de cigarrillos, el dinero que le daba no alcanzaba ni para medio pucho. La secretaria se lo tenía que completar sin que el presidente se entere.
 
La hiperinflación
 

Hay que hacer cola para comprar el pan, el arroz, el azúcar, el aceite, por un pedazo de carne, por todo. Todo está racionado y sólo se puede comprar en cantidad limitada: cuatro marraquetas por día y por persona, por lo cual los tres niños hacen cola para poder obtener una docena, seis huevos por familia (cuando hay), y así para todo. Las tiendas están vacías o venden de ocultas a precios de mercado negro. Mucha gente se queja de pasar hambre. 
 

Por suerte, una parte de los salarios que paga la universidad es en productos de primera necesidad: leche en polvo, arroz, harina, azúcar. Se puede comprar a precio oficial sardinas, fideos, detergente o papel higiénico en la pulpería de la UMSA, lo que nos permite aguantar.


En cada barrio, la asociación de vecinos se organiza para comprar al por mayor y distribuir entre las familias algunos productos, a cambio de trabajo comunitario. Así es como ayudamos a transportar piedras para empedrar las calles de la vecindad.




El sueldo de un profesor universitario es el equivalente de 25 dólares mensuales y el día de pago hay que llevar una bolsa de mercado para poner los millones en billetes nacionales sin valor. Pronto empiezan a pagarnos cada quince días, para que los salarios se achiquen menos a lo largo del mes.
 

La inflación se transforma en hiperinflación y en un momento dado los billetes toman el nombre de “cheques de gerencia” y se imprimen de un solo lado. Otros billetes son simplemente reciclados, poniendo un sello que aumenta tres ceros a la cifra original. Pronto se imprimen billetes de un millón de pesos. Estos billetes son importados y su costo de producción es mucho más alto que su valor nominal. Durante una vista a Bélgica, me doy el lujo de regalar un millón de pesos a cada familiar y amigo que puedo saludar.
 

También pasan cosas buenas. Ya no existe más censura de prensa, ni persecución política, hay mucha solidaridad entre la gente. El gobierno instaura un sistema de salud preventiva y organiza campañas de vacunación con gran apoyo popular, las que permiten eliminar la polio y el sarampión. También obliga a poner iodo en la sal comestible para evitar el bocio. La mortalidad infantil se reduce gracias a los sobrecitos con sales de rehidratación que se distribuyen hasta en los lugares más perdidos. 

La alimentación de los niños es reforzada con el famoso maisoy, una mezcla de cereales bastante rústica pero muy barata y nutritiva, de la cual mis hijos se acuerdan probablemente todavía. El ministro de salud era el Dr. Javier Torres Goitia, y merece todo nuestro reconocimiento.
 
Don Hernán se va
 

Al terminar el año 1984, desesperado por la oposición feroz de los sindicatos y los partidos de derecha, Siles Suazo inició una huelga de hambre para tratar de reconciliar a los bolivianos con su gobierno, pero no tiene éxito. Al cabo de cuatro días de huelga, decide recortar su mandato presidencial y llamar a nuevas elecciones para el mes de junio de 1985. Esta salida había contado con la mediación de la iglesia católica. 

El 6 de agosto de 1985, Víctor Paz Estenssoro es proclamado presidente de Bolivia, por la cuarta vez en su vida. En su discurso de inauguración declara patéticamente: “Bolivianos y bolivianas, Bolivia se nos muere”. 
 

Mucho más tarde, Filemón Escobar, un antiguo dirigente minero convertido en asesor de los cocaleros y mentor de un joven Evo Morales, escribiría en sus memorias: “Las masas se equivocaron, como siempre. Hemos luchado contra Siles Suazo, y hemos obtenido el 21060”.


El DS 21060


Había que hacer algo para salvar el país, y rápido. Desde antes de las elecciones, los partidos de oposición ya estaban elaborando programas de salvataje y el MNR había elaborado el proyecto de una “Nueva política económica”, que sería instalada por el Decreto Supremo 21060. Todos los bolivianos conocen este número que todavía aparece a menudo en periódicos y publicaciones, en pro o en contra. Este decreto abre el periodo “neoliberal” en Bolivia. 
 

No es el lugar para un curso de economía, pero digamos simplemente que el decreto fue eficaz y logró parar la hiperinflación casi de golpe, pero tuvo un costo excesivamente alto para los trabajadores. Lamentablemente la solución no era sencilla. 
 

Juan Antonio hacía el seguimiento de los eventos desde su observatorio en la Universidad Católica, aconsejaba, aplaudía o criticaba las medidas económicas en sendos artículos de prensa, y formaba parte de los grupos de discusión organizados por la cooperación internacional o por el Ministerio de Planificación del Desarrollo, del cual Gonzalo Sánchez de Lozada era ministro.
 

Para hacer una descripción muy resumida, el plan unificaba los diferentes tipos de cambio, reducía el déficit fiscal, disminuía drásticamente el número de empleados públicos y de mineros de la Comibol (con el eufemismo de “relocalización”), aumentaba el precio de la gasolina, eliminaba los subsidios para los alimentos básicos, establecía el libre cambio del dólar por medio de un Bolsín inventado para este propósito, eliminaba seis ceros de la moneda nacional, introducía una reforma en los impuestos, flexibilizaba las condiciones para el empleo en el sector privado, etc. 

Treinta mil mineros fueron sacados de la Comibol, porque las minas de estaño no eran rentables con los precios vigentes. En protesta organizaron la “Marcha por la Vida”, que iba a inaugurar esta forma de lucha donde se recorrían cientos de kilómetros, a pie y por etapas, partiendo esta vez de Oruro para llegar a La Paz. Esta forma de manifestación tendría mucho éxito y sería repetida muchas veces en los años siguientes. Pero los mineros no pudieron llegar más allá de Calamarca, bajo la amenaza de los aviones del ejército. Nuevamente, la iglesia tuvo que intervenir para evitar un baño de sangre. 
 
Pero Víctor Paz no cedía. Decretó un estado de sitio y confinó los dirigentes a provincias lejanas y tropicales. Los manifestantes fueron llevados en trenes, buses y camiones, de vuelta a Oruro y los distritos mineros de Siglo XX, Catavi y Huanuni. Solamente quedó en el aire el eco de la canción que Luis Rico había compuesto para ellos “Los mineros volveremos…”.
 
Las medidas económicas tomadas por Víctor Paz eran duras, probablemente demasiado duras, pero lograron estabilizar al país. Sin embargo, el crecimiento económico se haría esperar. Un año después del decreto, Juan Antonio escribía: “No vale la pena llorar sobre la leche derramada. Ahora que la inflación está controlada, hay que poner el país en marcha, superando la crisis de producción […]. Si no ocurre pronto una reactivación, el comentario sarcástico de los economistas que discutían el plan de estabilización boliviano durante una reunión internacional, podría hacerse realidad: inflación cero, empleo cero, dentro de poco población cero…”.
 


Un nacimiento
 
Hablando de población, el 20 de agosto de 1984 nos había llegado un bebé nuevecito: Joaquín. Habíamos vuelto a Bolivia el año anterior, después de la estadía en Boston, llenos de entusiasmo por la democracia recién reconquistada por los bolivianos, y nuestro entusiasmo se mantenía a pesar de las condiciones difíciles.


Vivíamos en nuestra nueva casa de Cota Cota, a poca distancia de la facultad de Ciencias Puras, que se había trasladado a su nuevo campus no hacía mucho. Eran excelentes condiciones para criar un nene. En caso de cualquier problema, la empleada me llamaba por teléfono y yo llegaba enseguida. 

Otras veces, Joaquín me acompañaba en el trabajo, al igual que lo hacían los niños de varias de mis colegas. En muchas oficinas del Instituto de Ecología había un moisés o un cochecito debajo del escritorio de alguna joven mamá. Los horarios eran flexibles y cuando algún niño se enfermaba era posible trabajar desde la casa. Sin embargo los intentos para hacer funcionar una guardería universitaria nunca prosperaron.

Los tres mayores, Isabel, Adriana y Esteban, iban al colegio Franco-Boliviano después de terminar el año escolar en Los Pinos, porque el colegio Loreto no los quería aceptar a mitad del año. La vida retomaba poco a poco su normalidad y las cosas ya no podían hacer otra cosa más que mejorar.


Bibliografía
Han secuestrado al presidente. G. Prado S. y E. Claure, 1990. 
Bolivia en el siglo XX. F. Campero Prudencio (ed.), 1999. 
El dictador elegido. Martín Sivak, 2001. 
Informe escrito de un economista boliviano. Juan Antonio Morales, 2002. 
De la UDP al MAS. El enigma constituyente. R. Sanjinés Ávila, 2006. 
La política económica boliviana, 1982-2010. Juan Antonio Morales, 2012.  


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