jueves, 21 de agosto de 2014

Para qué recordar?





In memoriam


Beatriz Morales, mi cuñada querida y tía preferida de mis hijos, falleció el domingo 10 de agosto de 2014, a los 66 años. Beatriz era una persona muy creativa, arquitecta, docente universitaria, una feminista convencida, una mujer valiente en la adversidad y amada por toda su familia, colegas y amigos. 

 

Introducción


¿Para qué nos sirve recordar el pasado? Agua bajo el puente, ya no interesa a muchos. Es una  manía de los viejitos rememorar sus buenas épocas, – todo tiempo pasado era mejor, dicen ellos a menudo. 
 
Puedo encontrar algunas razones sin embargo. Fuera de la clásica y algo pedante frase “conocer la historia para no repetirla”, se puede decir también exactamente lo contrario “recordar los buenos momentos para repetirlos”, piensen en un viaje, una comida deliciosa compartida con amigos, una película conmovedora… Otras por supuesto sería mejor no repetirlas, porque fueron desagradables o porque nos dan algo de vergüenza. 


Otro buen motivo podría ser lo que yo llamaría el derecho a la pataleta. Circulan muchas mentiras, se cometen tantos abusos, pasan cosas indignantes todo el tiempo. Tenemos que vivir con esto, ni modo. Me parece que protestar, aunque sabemos que no cambiará nada, alivia el alma y permite encontrar algo de sosiego, para hablar como un cierto P. Coehlo (lo que no siempre quiere decir resignación) y pasar a otra cosa. Por lo menos constará que no estamos de acuerdo. 







Y luego está la gente que hemos conocido, que hemos querido y que luego se nos ha perdido. Se perdió sin dejar rastros, ni siquiera en wikipedia. Basta con un par de ejemplos: mi tío Antoine Rubbens, que tanto hizo para lograr algún modo de convivencia en la joven república independiente del Congo en los años 1960, no aparece en ningún lado. Es cierto que el intento fracasó, pero ciertamente no por su culpa. 

Mi otro tío, Jacques Belpaire, quien en sus tiempos adquirió cierto renombre como pintor, tiene sus cuadros almacenados en el sótano de un pequeño museo provincial, y si alguna vez una obra aparece en una venta por internet, se cotiza en casi nada, o los vendedores ni siquiera se toman el trabajo de ponerle precio, a la espera de una improbable oferta. 


Como ven, tengo así mis héroes personales, antiguos y también muchos otros, más recientes. Rescatarlos un momento del olvido me da placer. Y por supuesto yo soy la heroína principal de esta historia, que cuenta como una chiquilla belga de una familia tradicional decide ir a vivir a Bolivia, al otro lado de la luna, y establecer allí su familia, y ejercer su profesión, con algún grado de éxito pasajero.  


Tengo que advertir que mis recuerdos son principalmente formados por imágenes. Muy pocos diálogos entre los personajes – y menos aún discursos – me quedaron en la memoria. Por esta razón trabajé a partir de ilustraciones, que intentan recrear ambientes y atmósferas pasadas. Con excepción de algunas fotos antiguas que no requerían retoques, he mezclado collages y photoshopping para acercarme a una realidad, por supuesto subjetiva, y tal como me la puedo representar ahora. También influyeron mucho los materiales de los cuales podía disponer. Los montajes son visibles, ya que no quiero engañar a nadie. La única excepción es la foto de la antigua ferretería, encontrada en internet y en la cual cambié el nombre del propietario por el de mi abuelo, ya que era exactamente la foto que buscaba y que no existe.

Los textos son por supuesto necesarios para tejer el hilo entre los momentos representados, pero se han quedado en lo más indispensable y resumido. No soy una escritora prolífica. Para los que hubiesen querido relatos más detallados, todas mis excusas.

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